La anciana caminaba lenta, sus ojos no percibían la luz,
cabizbaja con su bastón, no apartaba la mirada del suelo. Llegó hasta el
portal, levantó la cabeza y sonrió, al transponer la puerta su figura comenzó a
cambiar, el cuerpo encorvado se fue enderezando, sus ojos cobraron un brillo
rojizo. Al costado de la puerta quedó abandonado el bastón.
Se dirigió a la entrada del sótano, tras una carcajada se asomó a la misma, su
voz atronó el ambiente: — ¿Como están hijos míos?
De las sombras aparecieron cuerpos grotescos que
fueron tomando forma a medida que a ella se acercaban, sus risas y gestos daban
vida a aquel aquelarre.
Uno a uno se acercaron llamándola “¡mamá!”. Un
extraño resplandor daba vida a la escena.
Afuera el viento arreció, golpeando ventanas con un
aire gélido, a lo lejos un aullido estremecedor alegró a todos…
……………
Ella apuró el paso, la tormenta arreciaba, pero ya
divisaba la vieja casa, era tal cual se la había descripto aquella viejecita
que se la vendió. “Es un lugar diferente”, le dijo. Un raro presentimiento le causaba temor, pero
ya era tarde para volver.
Buscaba un cambio en su vida, por lo que abandonó la
ciudad tras vender su apartamento, ansiaba soledad para escribir, su sueño de
novelista la acompañaba desde hacía más de una década. Estaba segura que ahora
que disfrutaría de privacidad lo lograría, en su cuaderno traía múltiples ideas
y no dejaría pasar la ocasión.
Ernesto había dejado junto al sabor amargo de la
decepción, una herida que no sería fácil
de cerrar. Él, tipo mundano, vivía la noche sin dejar de pasar oportunidad para
una nueva conquista. Ella enfrascada en sus estudios, poniendo metas a su vida,
ser escritora era fundamental, traía los sueños acumulados en las lecturas de
su profusa biblioteca, autores como Poe, Kafka, García Márquez, Borges y tantos
otros llenaban los anaqueles. Fue amor a primera vista, se ilusionó en vano, él,
nunca cambiaría.
………………
Un chubasco la sorprendió al llegar al porche, no
había luz, por suerte portaba una pequeña linterna que perforaba las sombras
creando imágenes fantasmales. No tenía miedo, pero algo dentro de su ser la
prevenía a estar alerta.
Se sobresaltó con algo que cayó al piso, el haz de
luz rebeló que era un vetusto bastón; Le extrañó, pero lo dejó en el piso y
continuó hacia el interior, le causaba un poco de aprensión la oscuridad y el
silencio solo roto por algún relámpago y trueno ocasional, alcanzó a ver la
escalera que conducía a las habitaciones.
Subió despacio mientras afuera arreciaba el
aguacero, la primera habitación constaba de dos camas y muebles antiguos, desde
un imponente retrato sobre una de las paredes un hombre de rasgos duros y
mirada penetrante parecía observarla en silencio. La siguiente puerta era un
baño de negras mayólicas y antiguos artefactos, el cromo de la griferia
brillaba aún en la oscuridad dando un toque siniestro al mismo.
El que sería su dormitorio era imponente, con una
gran cama de bronce y muebles oscuros.
Frente a la misma un gran espejo que casi cubría toda la pared, el brillo
repentino la asusto, había vuelto la energía y todo se iluminó. Eso la
tranquilizó.
La moquete
era muy elaborada, le fascinó los arabescos que enmarcaban la cama, que estaba
cubierta con un acolchado increíblemente blanco, en la pared sobre la cabecera
quedó la marca de que allí hubo un crucifijo, que vaya a saber porque razón fue
quitado. Dentro del ropero de brillante caoba solo encontró una cadena que por
su color dedujo muy antigua. En la pared lateral faltaba un cuadro, la mancha
daba testimonio que por su tamaño era importante.
Dejó sus cosas sobre una silla para dirigirse a la
planta baja a preparar un té. La cocina
era enorme, le llamó la atención la profusión de bronce, demasiado para su
gusto.
Las mayólicas eran antiguas, con dibujos en relieve,
se destacaban igual que un viejo calentador que servía tanto para el agua
caliente como para la calefacción. Lo encendió dado que se sentía el frío.
Afuera arreciaba la lluvia.
Extraños chirridos la alertaron, pero lo atribuyo al
viento y se dirigió al dormitorio, estaba cansada.
Eso la ayudó, se durmió pronto y no escucho lo que
sucedía a su lado. Extraños seres la observaban absortos, todo les llamaba la
atención; La piel tan blanca, los cabellos dorados y suaves, uñas escarlatas
perfectamente delineadas. Sólo se limitaron a observarla.
……………
La tormenta
amainó y un tímido sol apareció por la mañana entre el manto de nubes,
tras salir de la cama, abrió las cortinas para deleitarse con el paisaje
circundante, profusa arboleda y mucho verde, llamó su atención varios conejos
comiendo en el parque.
Tras una reparadora ducha bajó a la cocina para
desayunar, al abrir la ventana un coro de trinos la recibió. Se sentía dichosa,
la galería sería el lugar ideal para escribir, apuró el desayuno para hacerlo.
La puerta al abrirse y el ruido de pasos la
sobresaltó, volteó a mirar esa sombra oscura que se recortaba en la misma,
quedó paralizada hasta que el saludo de esa mujer la tranquilizó.
— Buenos
días señorita, soy Sara, quien ha cuidado esta casa durante todo este tiempo—
la voz sonaba cordial, igual que su sonrisa.
— Hola,
me sobresalté, no sabía que vendría, nadie me aviso.
— Anoche
vi luz desde mi casa e imaginé que había llegado, terrible noche le tocó. Por
suerte volvió la luz.
— Es
verdad, me dio aprehensión entrar en la oscuridad. ¿Ese bastón es suyo?— En la
puerta el bastón había desaparecido.
— ¿Qué
bastón?— preguntó Sara mirando en rededor.
— Había
uno anoche allí— señaló extrañada.
— No
sabría que decirle…— comentó encogiéndose de hombros— Pensé que no tendría
provisiones por lo que le traje, pan casero, huevos y queso. Yo me encargo de
hacerlo siempre.
— ¡Que
amable! No se como agradecerle, hoy pensaba ir al pueblo para hacer compras,
pero debo esperar que se seque un poco el camino.
— Quizás
a la tarde ya pueda transitar, cualquier cosa que necesite, vivo tras el
recodo, no ve mi casa porque los árboles la tapan. De noche puede ver la luz.
— Muchas
gracias, lo tendré presente, debo pedir que me arreglen el teléfono que está
mudo.
— Por
eso no se preocupe, le diré a mi esposo que se ocupe cuando pase por el pueblo.
Me retiro para que se pueda acomodar. Si necesita algo no dude en decirlo.
— Gracias
Sara, es usted muy amable— mientras esta se alejaba quedó pensando como nadie
le dijo nada de ella.
Dio un pequeño paseo por los alrededores, descubrió
que muy cerca de su casa existía una pequeña laguna rodeada de juncos donde una
bandada de patos disfruta el espacio solo para ellos. Todo el tiempo el coro de
pájaros la acompañó.
Desde un promontorio observó el camino donde este
hacía un recodo, no divisó casa alguna, quizás no era el lugar. El sol ya había
comenzado a secar el camino.
La galería era el lugar ideal, con luz natural, sol
en días fríos y brisa fresca en los cálidos. Algo se movió entre unos arbustos,
quedó mirando unos momentos sin descubrir nada, trataba de concentrarse pero
algo la incomodaba, se sentía observada.
Decidió entrar y preparar el almuerzo, al hacerlo
notó la entrada al sótano, abrió la puerta pero el interior estaba oscuro. En
otro momento lo visitaría.
Buscó en la radio música, esta era alegre, cantando
se puso a cocinar. Luego del almuerzo partió al pueblo, recorrió varios
comercios he hizo compras, consiguió un vehículo de alquiler que la trajo, ya
estaba cayendo la tarde.
Entró contenta tras despedir al chofer, la puerta
del sótano estaba abierta y le pareció escuchar voces, preguntó quién estaba
allí pero no obtuvo respuesta, cerró con llave y subió.
Por las dudas dejo encendida la luz del pasillo y
cerró con llave la puerta del dormitorio, prestó atención pero no escuchó nada,
con su libro favorito se metió en la cama, el silencio era perfecto para leer.
Estaba descubriendo a Ernest Hemingway, se lo habían
recomendado, era nuevo para ella. Absorta en la lectura olvidó sus temores, ya
casi sobre la medianoche decidió que era hora de dormir, dejo el libro sobre la
mesa de noche y apagó la luz. Se arropó cerrando los ojos.
La ventana se abrió de pronto, una brisa gélida
inundo la estancia, se sobresaltó dejando escapar un grito. Todo era silencio,
tras unos minutos luego de encender la luz salió de la cama y cerró nuevamente
la ventana. Observó el exterior, le llamó la atención ver a los conejos que
parecían huir de algo o alguien. Como no pudo ver nada mas volvió a la cama,
temblaba de frio, por lo que se tapó hasta la cabeza. Estuvo largo rato
escudriñando la oscuridad con el oído alerta hasta que el sueño ganó la
partida.
El sol estaba alto cuando despertó, bajó a desayunar
y lo hizo en la galería, mientras tomaba apuntes, el cuaderno de tapas azules
era su favorito, allí plasmaba sus ideas hasta poder conjugarlas en una prosa.
Como no podía pasar por alto guardó el episodio de los conejos nocturnos.
……………
Nunca imaginó escribir un drama, siempre sus ideas
eran románticas, esta vez le pareció interesante cambiar. La vieja casa era
excelente para crear una historia de aparecidos, incluso pensó que los conejos
pudieran ser nogmos.
Sus primeras palabras fueron: En la inmensa pradera rodeada de espesura donde los espinos eran
mayoría se encontraba la antigua mansión.
Le gustó el comienzo y siguió describiendo la casa,
sus altas ventanas, el color ocre tan antiguo de sus paredes, allí descubrió
que el techo de varias aguas era de tejas negras, cubiertas de verdín, producto
del paso de tiempo, sobre la chimenea una bruja sobre su escoba era la veleta
que hoy marcaba una brisa desde el sudeste, que traía fresca humedad.
Sobre el portal un escudo extraño con símbolos
desconocidos para ella, una fecha MCDXLV. ¿Podría ser tan antigua? ¿Anterior al
descubrimiento de América?
Seguro era una broma, o quizás una extravagancia de
su constructor.
Tomó un libro de la biblioteca y comparó el tipo de
edificación de todas las épocas pero no encontró nada parecido, eso le resultó
muy extraño, más aun el escudo.
La simbología era difusa, comprobó que las figuras
no eran iguales día tras día, notó sombras cambiantes cual si el mismo rotara,
cosa imposible al ser parte del revoque.
Los conejos observaban a prudente distancia, la
mayoría eran grises, el que en apariencia era el mayor, era casi negro, tenía
algo en su oreja izquierda, podría ser una malformación. Trató de acercarse
pero estos se escabulleron entre las plantas circundantes.
Una brisa fría comenzó a sentirse por lo que entró y
se arrebujo en uno de los sillones de la sala tratando de leer. Entre lo que
había escrito esa tarde una frase llamó su atención, no recordaba cuando la
puso ni tampoco el porqué.
“La
extraña llegó aquella tarde, sin pensar que entraba a su última morada. El
cielo la recibió oscuro y amenazante, antes de entrar desató su furia en
copiosa lluvia.”
¿Por qué habría escrito algo tan lúgubre?
“Ellos la
observaron desde su escondite entre las plantas.”
¿Quiénes serían ellos?
Las lámparas comenzaron a titilar, pensando que
pudiera volver a cortarse la luz decidió subir. Estaba entrando al baño cuando
otra vez escuchó esos extraños sonidos, se detuvo y quedó esperando, no se
repitieron. “Será mi imaginación” (pensó).
Estaba conciliando el sueño cuando una mezcla de
rugido y lamento la despertó, salió de cama y observó por la ventana, los
conejos en extraña danza se encontraban en el parque. El de la oreja mutilada
se retorcía en el césped, los demás advirtieron su presencia y huyeron
presurosos, este tuvo que arrastrarse para huir.
Consternada volvió a la cama, pero no podía dormir,
estaba asustada. Ya casi a la madrugada el sueño la venció. Al despertar no
recordaba nada…
Por la ventana pudo ver extrañada que con los conejos no estaba el mayor,
decidió luego del desayuno salir a
investigar.
El día no era ideal, una densa niebla fue cubriendo
el lugar, no veía más allá de unos pocos metros, los trinos estaban callados,
solo un rumor de hojarasca pudo oír no muy lejos. Se pregunto que o quienes
serían, avanzó algunos pasos pero por precaución prefirió volver sobre sus
pasos.
Ya sobre el mediodía la niebla se hubo disipado,
aprovecho para dar una vuelta por el lugar, no vio nada en particular, revisó
entre los matorrales buscando sin saber que, recordó al conejo oscuro que se
arrastraba, debió haber quedado alguna señal de eso, sobre la hierba no vio
nada, pero entre las matas quedó algo de pelo oscuro pegado en las espinas.
Buscó del otro lado pero nada, ningún indicio de los animales.
El resto de la tarde lo pasó escribiendo, la
historia fue cobrando vida. Incluyo el tema de los conejos para dar drama al
relato, aun sin tener idea que podría decir.
Transcurrieron varios meses desde aquel otoño cuando
en brazos de Ernesto se sintió plena, creyó necesario dejar la universidad para
compartir más tiempo con él, siendo músico la noche era su elemento, por
compartir esos momentos no podía estudiar como debía, por lo que perdió algunos
parciales. Fueron meses de dicha y discusiones donde su sentido común chocaba
con la irresponsabilidad de él.
Una lágrima fue deslizando por la mejilla, sintió la
soledad y prefirió dejar la escritura para otro momento. En la cocina trató de
pasar el mal momento con una taza de té, al entrar notó la puerta del sótano
otra vez abierta, recordaba haberle puesto llave. La cerró y continuó con lo
suyo.
Antes de acostarse miró por la ventana, buscó los
conejos, al no verlos se sintió más tranquila, llevó su libro a la cama y se
acostó; Por las dudas trabó la puerta con una silla a pesar de tener llave,
algo en su interior le infundía temor.
Creyó oír un sonido sordo, cual si arrastrasen algo,
lo atribuyo a su temor y trató de dormirse. Fue después de la medianoche cuando
un quejido la despertó, saltó de la cama y se asomó a la ventana, los conejos
huyeron de inmediato. Apagó la luz y quedó junto observando a través de los
vidrios, una sombra apareció donde estos estaban, no pudo precisar su forma,
dado que la luna quedó detrás de una nube, algo se movía allí sin dudas. Pero
¿Qué era?
No se animó a salir de la habitación, esperaría el
día. Trató en vano de dormir, inquieta escuchaba ruidos que no podía precisar.
Cada tanto se arrimaba para espiar tras los cristales, solo podía ver sombras
que imaginaba se movían. Cuando el sol ya estaba alto salió, no había nada,
todo estaba igual, pero al caminar observando todo lo circundante tropezó con
algo que cayó por la escalera, dio un paso atrás asustada, este cayo hasta
planta baja. Se asomó y tamaña fue su sorpresa, ¡Era el bastón! ¿Cómo llegó
hasta allí?
Con precaución revisó los demás ambientes de la
planta alta, menos el desván que estaba cerrado. Bajo y desayunó. Luego partió
al pueblo.
Era una mañana apacible y soleada, caminó rápido
dándose vuelta cada tanto por si alguien la seguía, un ave que levantó vuelo
delante de ella la sobresaltó, estaba muy nerviosa.
La calle principal del pueblo no estaba muy
concurrida a pesar de ser media mañana, entró decidida a comprar una cortinas,
quien la atendió, mujer de unos cincuenta años y charla cordial, preguntó donde
vivía ya que no la tenía vista por el pueblo. Ella refirió que había adquirido
la antigua casa del camino viejo. La dependienta extrañada reconoció no saber
de la existencia de la misma, a pesar de haber pasado su vida en el pueblo. La
cortinas que adquirió eran casi blancas y de fina textura.
Se proveyó de algunos víveres y retornó caminando,
el día era de un cielo diáfano e invitaba a disfrutarlo, adquirió el refresco frío
que acostumbraba cuando estaba en la ciudad. Lo degustó a pequeños sorbos
durante la caminata. En su mente rondaba la afirmación de la mujer que nada
sabía de la casa. Ella la había comprado sin saber quienes eran sus dueños.
Ahora caía en cuenta de su error.
Al entrar se dirigió a la biblioteca donde gruesos y
antiguos tomos podrían dar luz a sus preguntas. Tomó el primero de la
izquierda, con un trapo húmedo limpió las tapas y para su asombro apareció el
mismo escudo que veía en el frente de la casa.
Comenzó a hojearlo y para su sorpresa era la
historia de la gente que habitó la misma, aunque era incongruente. Al parecer
era de otra época, trató de entender pero le resultaba extraño. Hablaba de la
vista al mar desde la ventana superior, siendo que este se encontraba a cientos
de kilómetros tras las montañas. La señora de la casa se llamaba ¡SARA! Según
lo escrito era de la misma altura, color de cabello y complexión que quien ella
había conocido.
Por la descripción el señor de la casa era quien veía
en el retrato. Tenían varios hijos, uno de ellos era de tez trigueña y mayor
estatura que los demás, agresivo y dominante ejercía el poder sobre sus
hermanos. Estos no se atrevían a contradecirlo pero no simulaban su temor hacia
él.
Pudo saber que el señor de la casa era un ser
despótico y cruel que junto a su mujer practicaban artes ocultas.
Absorta en la lectura no se dio cuenta del tiempo
transcurrido, ya tarde en la noche se acostó, tuvo pesadillas, se revolvió en
la cama todo el tiempo, demacrada se despertó con las primeras luces del alba,
los golpes en el cristal la alertaron. Era un cuervo tratando de entrar, trató
de espantarlo pero el continuaba, nunca había visto un cuervo con ojos rojos.
Atemorizada bajó a la cocina, desde la ventana lo vio volar hacia el bosque.
Decidió usar ese extraño sueño en su relato. Más
calma retomó la lectura, llamó su atención una fórmula al parecer mágica, la
cual rezaba que al norte de la casa se hallaba un cruce de senderos, allí con
el brazo derecho apuntando al cielo debía pronunciar esa palabra apretando los
dientes.
Le pareció gracioso, pero igual la anotó.
En su cuaderno leyó esta frase: La dama quiso huir pero fue arrojada al fuego por el ave.
Estaba segura de no haber escrito eso, pero era su
letra. ¿Qué le estaba pasando?
Trató de olvidar y continuar con lo suyo.
Se sentía molesta por lo que decidió caminar, el día
invitaba a hacerlo. Tomó sin notarlo rumbo norte hacia los árboles, siguió el
sendero hasta donde se cruzaba con otro, recordó lo del libro, aún en su
bolsillo tenía el papel donde tomó nota.
— ¡Que
estupidez!— se dijo a si misma— ¿como puedo creer eso?
Una bandada de patos surcaba el cielo hacia el este,
riendo se paró en el cruce, levantó su brazo y mirando al cielo gritó:
— ¡SHIUESSBARANDOUN!!!
Un rayo atronó el espacio, una tormenta apareció de
la nada, el cielo se puso negro, frente a ella desde un bosque de altos pinos
apareció una manada de lobos que comenzaron a acercarse amenazantes. No lo
pensó, dio media vuelta y corrió a la casa, en su loca carrera no notó los
cambios, abrió la puerta de un empellón y la cerró tras de si.
— ¿Se
puede saber donde has estado?— la increpó Sara desde el piso superior— ¿no
esperarás que salga a buscarte?
— ¿Yo?
La tormenta, los lobos…—balbuceó.
— ¡Abriste
el portal!— gritó enfadada.
No alcanzaba a comprender que estaba pasando, él
estaba sentado en uno de los sillones mientras la observaba, su mirada la
aterró. En el piso superior fueron apareciendo de a uno los hijos que solo
observaban, los comparó con los conejos…
De otro lado entró el hijo mayor, de tez más oscura
que sus hermanos, mirada malévola y sonrisa cínica, comenzó a bajar lentamente
los peldaños, llevaba algo metálico en su mano que golpeaba contra la palma de
la otra.
— ¡No
te atrevas!— le gritó el padre. El muchacho lo miró desafiante.
Sara bajó, pero sus pies no rozaron los peldaños, se
acercó a la muchacha que pálida estaba paralizada.
— No
debiste hacerlo— le dijo cuando estuvo a su lado— ahora es tarde, no debiste
abrir el libro, terminarás como todas.
No articuló palabra, con ojos desorbitados miró a
todos.
— ¡Llévala
al sótano!— ordeno él. Sara asintió y tomándola del brazo la condujo al mismo.
Por primera vez traspuso esa puerta, era una
mazmorra, con casi nada de luz, de los aros amurados en la pared colgaban
cadenas con grilletes, Sara se volvió para detener al hijo que las seguía. Ella
aprovechó para huir por la pequeña ventana que daba al exterior, con
tranquilidad salieron a perseguirla por la puerta principal. Corrió desesperada
sin rumbo fijo entre los espinos que desgarraban su ropa, al transponer la
arboleda ante sus ojos apareció el mar.
Por detrás ellos se acercaban, continuó su huida
hasta llegar al borde del barranco, debajo las aguas golpeaban con estrépito, a
pesar de la altura no lo pensó, cerró los ojos y se arrojó. Antes de llegar al
fondo un enorme pájaro negro la atrapó en pleno vuelo y la volvió a la casa.
Sara y su esposo se acercaron, volteó hacia el pájaro pero no estaba, si el
hijo mayor sonriendo. Tomó una vara del piso y lo golpeó con furia, este se
tomó la oreja sangrante y se alejó a los saltos dando alaridos. Los hermanos
asustados se fueron empequeñeciendo mientras huían hacia la espesura.
El señor colérico la apuntó con el dedo, mientras
llamas brotaban a su alrededor, se sintió abrasada, y no pudo gritar.
…………………
Las nubes se disiparon, varios jóvenes que pasaban por
el camino creyeron oír un grito, se acercaron al lugar, le llamó la atención sector
que parecía haber sido habitado. Hoy solo era un refugio de conejos que huyeron
al verlos, solo uno pequeño y muy blanco trató de acercarse. Pero uno grande y
negro con una oreja mutilada lo obligó a unirse a ellos.
El grupo decidió investigar aquellas ruinas que el
tiempo había cubierto de vegetación, les llamó la atención el cuaderno de tapas
azules donde en la última hoja alguien había escrito:
Por favor, que alguien me ayude…
Hola Luis.
ResponderEliminarMuy buen cuento.
Me encantó.
Un abrazo
Muchas gracias amiga, es un reto de MH WELLS, si bien no es lo mío lo intenté.
EliminarRectifico; es M.H.HEELS
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