No lo pudo soportar, la realidad lo golpeó duro. Era
su nena. La amaba más que a nada en el mundo, deseando un futuro promisorio
para ella, soñando con los nietos que le daría.
El maldito se la quitó. La ultrajó, la dejó sin
vida.
En el primer momento gritó, lloró, maldijo. Luego
quedó en silencio, la mirada perdida, solo un pensamiento ocupó su mente: “Él
no merecía vivir”…
Tras la ceremonia quedó solo frente a la tumba e
hizo un juramento, no le importó la lluvia, camino despacio en silencio, en su
rostro empapado no se notaban las lágrimas.
Pasaron meses, pero nunca abandonó su búsqueda,
cuando esta dio el resultado esperado urdió su plan. Él se casaba ese día, sin
imaginarlo caminó feliz hacia el altar, su sangre manchó el traje blanco que lucía,
la novia ajena al drama estaba llegando. Salió entre la confusión y se dirigió
a la costa.
Ella amaba el mar, solían pasar horas caminado por
la playa y el acantilado, disfrutar del
crepúsculo para luego volver cantando cual adolescentes por el sendero del
bosque.
Allá se dirigió, él ya había pagado, no quedaba más
por hacer, se paró al borde del abismo, con una sonrisa, elevó sus brazos al
cielo y voló junto a su pequeña…
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