sábado, 16 de septiembre de 2017

Lucy

Convivo con Lucy desde que me la regalaron como cachorrita, han pasado muchos años, es una ovejera fiel y cariñosa pero jamás tuvo cria.

Luís además de vecino es carnicero cuando el tiempo lo permite los diálogos son momentos de jolgorio en su local, por la mañana con el apuro del trabajo suelo pasar y dejo encargado los huesos con carne para mi perra. Por la noche ya a punto de cerrar suelo retirarlos y en reiteradas ocasión dejamos el pago para el día siguiente, Luis jamás me falla.

Conocí a esta señora en una reunión en casa de amigos, congeniamos de inmediato, así nació una interesante atracción. Recuerdo cuando pregunté su nombre, me dijo “Lucy”. Igual que mi perra pensé, suerte que no lo dije.
Tras varias salidas dado que al parecer nos habituamos uno al otro convinimos en reunirnos y compartir un asado en su casa. Me comprometí en llevar buena carne, eso la entusiasmó y prometió que ella me premiaría con “el postre”.

La casa estaba apartada del resto, eso daba cierta privacidad. Era una noche cálida y serena. La solera con que me esperaba resaltaba la blancura de su piel, el generoso escote daba vuelo a mi imaginación. Quiso encender el fuego pero no se lo permití, mi orgullo de asador estaba en juego.
Salí apurado esa mañana, a pesar de los pocos instantes que tenía le comenté a Luís que esa noche quería agasajar a Lucy, por lo que pretendía que me eligiera lo mejor, pasé a buscar el paquete ya tarde en la noche, Luís estaba apurado, me lo entregó y se marchó de inmediato.  —Después arreglamos — me dijo. Le agradecí y partí raudo a casa de Lucy.

Llegué puntual, en su mirada noté al saludarme mientras le entregaba el paquete que se esmeró con “el postre”, y que ansiaba ese momento. Sus ojos eran llamaradas.
Me sirvió una copa antes de salir a encender el fuego, en lugar de fósforos me dio un beso que chisporroteaba en la leña mientras lo preparaba. Ella se ofreció a salar la carne, asentí y continué en lo mío.
Llamó mi atención la manera abrupta de abrir la puerta y salir al patio, vi su cara de enojo pero no pude pensar nada, una lluvia de huesos impacto en mi rostro seguido de los improperios que jamás imaginé que fueran su léxico. Al parecer Luís no me entendió.

Al llegar a casa mi perra Lucy sin prestar atención a mi rostro lastimado le hizo honor a la cantidad de huesos con carne que Luís diligente había preparado, le había quitado la grasa y cortado de manera magistral.


Me fui a la cama imaginando como abría sido el postre…

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