lunes, 21 de diciembre de 2015

La estrella

Y entonces fue que la vi, ya cuando había perdido toda esperanza, cuando la desesperación me tenía en sus  redes.
Rogué, recé, sin convicción; sólo un milagro que no esperaba evitaría el final.

El tiempo ha transcurrido lento, inexorable, mientras que circunstancias ajenas a mi me mantenían alejado de todo. Casi no recordaba su rostro, pero en mi memoria cual un mojón quedó aquella frase cuando me miró preguntando:
—¿Volverás papá? —asentí con la cabeza sabiendo que mentía; el brillo de su mirada denotaban la tristeza que lo embargaba. Ella lo tomó de la mano y se alejaron. Quedé allí parado viendo como se perdían entre la multitud, quería ser fuerte, no me verían llorar.
Esa tarde en la soledad del vuelo, por la ventanilla veía como la costa se alejaba hasta perderse en el horizonte, traté de encontrar una justificación. No la había, sólo orgullo, machismo sin razón, una excusa pretendiendo ser libre. ¿Libre de que?...
¿Cómo puede una criatura entender que dos adultos no aprendieron a convivir? ¿Que son quienes pretenden enseñarle a comportarse en la vida?
Distancia y tiempo fueron una barrera que mantuve sin claudicar, mientras que en mis noches, el recuerdo de sus pupilas desvela mi sueño. Aunque no quería mirar atrás, mi conciencia me lo reprochaba noche a noche.
Puse un océano entre nosotros,  pero sin poder alejarme de su recuerdo.

África no perdona; continente duro y hostil, donde el error se paga caro. Siendo un aventurero que sólo busca fortuna sin importar el precio; no importa si lo hace de manera ilegal. Allí la gente muere y mata mientras el resto del mundo ni se entera.
El fanatismo para dominar necesita armas,  pero para mi sólo era dinero. Asumir el riesgo da buenos dividendos, lo importante es salir vivo…
La entrega se haría al atardecer, algo rápido para no ser detectados, la pista era apenas un tramo de camino en un claro de la selva en terreno hostil. La tensión nos mantenía en vilo hasta que de repente sin saber de donde salió el disparo, sentimos el impacto, sobrevino el fuego y con un motor en llamas huimos buscando donde aterrizar, mientras perdíamos altura rápidamente; el piloto lucho con los controles tratando de ganar altura y superar una elevación pero fue en vano. El choque fue tremendo, salí despedido de la aeronave que quedo envuelta en un infierno dantesco, rodé por una hondonada que evitó ser alcanzado por los trozos que volaron al estallar los explosivos que transportábamos.
No se cuanto tiempo pasó hasta que desperté en la oscuridad y el silencio de la noche, no me podía mover, las heridas lo impedían.
Los sonidos de la selva en la noche son intimidantes, algo parecía reptar cerca de mío el terror me invadía, no atinaba a nada hasta que…
Puede haber sido la fiebre o que estaba enloqueciendo, pero juro que oí cuando él mi dijo —Por aquí papá— giré la cabeza y vi esa estrella cruzar el cielo y grité:
—¡Valentín!— el eco me respondió— ¡ayúdame por favor!
Al levantar la mirada una luz me cegó, era una linterna y voces que no entendía me llamaron, no pude responder porque me desmayé.
Algo zumbaba a mis oídos, un rumor que no comprendía; eran voces, estaba en una cama traté de moverme pero los vendajes lo impendían, de a poco las imágenes se fueron aclarando y pude ver que estaba en una carpa al cuidado de varias personas. Respiré dando gracias al supremo y me dejé ganar por la inconciencia, me despertó el traqueteo del vehículo que me transportaba sin saber donde, entonces recordé a mi hijo que mi mente oyó en aquel momento.
El “gracias Valentín” salió de mis labios como un suspiro…
En esta nochebuena miro el cielo y creo ver aquella estrella que me guió hasta aquí. Tras tocar el timbre espero y ese hombre que sale a abrir me mira, el niño que lo acompaña pregunta:
—¿Quién es?

—Es mi padre que vuelve…

martes, 6 de octubre de 2015

Búsqueda

Comparto este relato que he escrito junto a Meryrross.


Había recorrido kilómetros desde el día que harto de esa vida carente de futuro, decidió dejar todo y salir andando caminos.
La pareja dejó de funcionar, no tenían hijos, ella absorta en sus actividades no se interesaba por recomponerla.
Cambió su auto por una moderna camioneta y tras una agría discusión partió con rumbo incierto. Pasó un par de días en la capital, luego continuó al sur.
Tras una semana de deambular por varias ciudades recaló en Ushuaia, la más austral del país.
Ser ingeniero civil le valió para conseguir un puesto en una fábrica local. Fueron dos años donde sólo las relaciones ocasionales lo alejaban de la soledad. Supo que ella tenía una nueva pareja y estaba embarazada. Le concedió el divorcio y consideró que el momento de partir había llegado.
Ya en Buenos Aires, luego del largo viaje pensó en Europa. Conocía Paris y Londres, pero no le agradaba la frialdad de esa gente.
Australia era una buena opción, así llegó a al continente, Sidney se asomó a sus ojos.
Caminando absorto no la vio, chocaron de frente, ella dejó caer las carpetas que portaba, él avergonzado entre disculpas se apuró a recogerlas. Al entregárselas quedó eclipsado por esos ojos verdes mientras que ella reía divertida por la situación. Mario se sintió muy tonto, aún así la invitó a tomar algo para compensar el incidente.
Algo en ella lo atrapó, vio que le resultaba divertida su manera de hablar, su ingles era desastroso. Le comentó que era argentino y acababa de llegar,  cautivado por la sensualidad solo atinó a presentarse.
    Mira, mi nombre es Mario, soy tan libre como un ave y estoy en Sidney tras una nueva vida.
    Hola, soy…Macarena, escritora, llegué al país hace cinco años, soy española.
Lo había visto pasar una tarde, caminando distraído las calles del lugar.
Era un extraño contando su periplo por tantos lugares tratando de encontrar su norte, le resultó simpático e interesante, tenía algo que atraía.
Macarena ya no creía en los hombres, ¡la habían herido tanto! no podía volver a arriesgarse pero este parecía ser diferente.
Sintió un nudo como mariposas en el estómago y un raro sentimiento recorrió todo su ser, del que no quiso escapar.
Mario la observó, vio una mujer a la que creyó conocer desde siempre, aún sin saber nada de ella ni de sus libros.
Había llegado  desde España impulsada por escribir  sobre el puente de la bahía, que es conocido originalmente como Sidney Harbour Bridge, es de antigua concepción de arco , está ubicado sobre un sector de la bahía, se circula en ferrocarril, automóvil, bicicleta o caminando
Así fue que un día  de primavera  viajando en tren conoce a Michel,  un seductor pero soberbio fotógrafo  del New york  Time que ignorando su presencia sacaba fotografías desde la ventanilla,  obsesionado solo por el dinero que  iba a ganar  luego de esta importante producción de fotos del Puente.
Se volvieron a encontrar en varias oportunidades, ella dejaba ver  su rebeldía en su manera de vestir, zapatillas, remera muy rockera y jean gastado  por el tiempo. Ambos estaban por el mismo motivo en ese  lugar.  El tren se detuvo,  comentar el hecho y el cruce de sonrisas cómplices fue la escusa perfecta para comenzar a dialogar. Al continuar la marcha ella simuló dormir cerrando sus ojos. Al descender la invitó a tomar una copa y charlar. Se contaron sus historias, no tenían  nada en común ella tierna y profunda, romántica hasta las lágrimas, él frio, distante,  pero el misterio de su mirada penetrante  la enamoró, la sedujo como lo hizo con tantas otras.
El romance  fue  apasionado pero fugaz hasta que  él desapareció una noche sin dejar rastros.
Ya no volvería  a creer en ningún otro hombre. Solo  la idea de terminar su libro sobre el Harbour Bridge la entusiasmaba.
     Disculpa, me distraje en un momento, tu nombre es Mario ¿verdad?
     Si— respondió sorprendido— Mario, soltero sin compromiso— ella rió divertida, a lo que él preguntó— ¿adonde vas? Quizás sea el mismo camino…
     En realidad me dirigía a la biblioteca, necesito unos apuntes sobre el puente para completar mi historia.
     ¿Te acompaño? No tengo nada que hacer. Siempre y cuando no te cause problemas.
     Si gustas.  No me comprometes, soy muy libre también.
La noche los sorprendió en animada charla, vivían tan cerca uno del otro que tras dejarla en su casa volvió silbando feliz a la suya con la promesa de un nuevo encuentro.
Macarena también despertó feliz, el argentino le dio una nueva perspectiva a su vida, era como despertar a la ilusión de que podría volver a creer. Tras el desayuno lo llamó al móvil, aún medio dormido respondió, pero al saber que era ella de un salto salió de la cama. Almorzar juntos le pareció genial.
Se encontraron en  un restaurante desde donde admiraban la ópera y el puente degustando mariscos y un buen vino. La charla se extendió entre pocillos de café hasta tarde en la noche.
Macarena huyó de un amor frustrado en Madrid, al enterarse del posible embarazo él, la dejo cobardemente, la suerte quiso que no fuera, pero ella no lo soportó. Con una amiga voló a Australia buscando un nuevo rumbo, en Melbourne ocupó un puesto en una agencia de viajes española, así fue como se enteró del puente, su afición a escribir la siguió desde España, pero ya no lo hacía con el romanticismo de entonces.
Supo de un puesto en una editorial de Sidney, envió una nota solicitando el puesto, dado que necesitaban alguien con dominio del castellano fue aceptada de inmediato. Entre tanto artículos salió la idea de uno sobre el puente, debía enfocarse en lo social.
Entre ideas y comentarios el ingeniero no perdía oportunidad de agregar una frase o un piropo, para sorprenderla y admirar ese brillo en sus pupilas que le daban esperanzas, ya no cabían dudas su corazón latía por y para ella. Observando una pareja que se besaban, algo nació en él. La tomó de la mano con firmeza sin notarlo, Macarena quedo mirándolo. Él al percatarse de su acción,  solo se encogió de hombros cual niño descubierto en una travesura.

Estaba refrescando cuando volvían, la miró a los ojos y si mediar palabra la besó, tras un momento de sorpresa ella lo abrazó. Ya no buscarían más, el futuro había llegado…

lunes, 21 de septiembre de 2015

Enajenada.

Hoy quiero publicar este regalo de mi querida amiga Eva Franco de Venezuela.




—Que bella estás, mamá…
Lo dijo con una  sonrisa, pero su corazón sucumbía al dolor. ¿Cuánto tiempo llevaba así? Su juventud se marchitó con los años, mientras que mamá muy coqueta reía.
No pasó mucho tiempo desde que nació, cuando ella comenzó con sus visiones, producto de la bebida, Agustín, su padre, trato de ayudarla, Aurelia no aceptaba, para ella su belleza era imperecedera. Disfrutaba que los hombres la colmen de halagos, se sentía una diosa; El pobre Agustín debió soportar ver a su esposa  coquetear con extraños, algunos notaron que no estaba bien de la cabeza. Otros no se preocuparon y se aprovecharon de la situación, mientras Carlisa crecía viendo a su madre vilipendiada y mal vista por todos.
Carlisa cumplió 15 años, ese es un recuerdo triste. Toda la familia estaba reunida, sólo faltó su madre. Agustín no lo pudo soportar y puso distancia entre ellos, por varios años no volvió a saber de su padre. Aurelia no se dio por enterada, continuó con  sus desvaríos, aunque ya los hombres no se acercaban a ella. “La loca” se hizo muy conocida, atormentada por las arrugas que cada vez se hacían más notorias en su rostro, cayó en una fuerte depresión, mientras Carlisa hacía lo imposible por salvarla.
El médico diagnosticó demencia. Tras una larga internación y muy medicada volvió al hogar. Carlisa vio como los años se acumulaban en su soledad, alternaba entre su trabajo y el cuidado de su madre. Dos mujeres solas en la casona gris.
Alguien llamó para decirle  que Agustín ya no estaba más, su cuerpo no resistió la dura enfermedad, quien vivió con él sus últimos años creyó conveniente que su hija lo sepa, no tuvieron hijos, ella era estéril, Carlisa estaba por cumplir 28 años, Aurelia había mejorado pero su mente ya no razonaba; cual una criatura disfrutaba los pequeños halagos de su hija, que envejecida continuaba a su lado.
  ¿Cómo estoy Hija?—la pregunta es obvia…
—Estás muy bella mamá… —sin embargo, la mujer se quedó con su mirada perdida, tal vez, buscando el significado de esa palabra. Al no encontrarlo, se levantó y buscó sus recuerdos en el reflejo de un espejo, y al ver las huellas del tiempo aparecidas en su rostro.
Aurelia se enfureció, no aceptaba que aquella mujer que la veía con un rostro envejecido le cuestionara su olvido, su apariencia, y hasta sus lágrimas. Su enojo la llevó a romper el cristal de aquel espejo, que pedazo a pedazo se llevaba lo que quedaba de ella.
El médico confirmó lo que tanto temía, ya no solamente era la demencia causada por su alcoholismo, ahora por su edad,  el alzhéimer se hacía presente, complicando su cuadro mental, y en consecuencia la vida con la hija que ya no podía reconocer; Carlisa.
Una mañana, en medio de su confusión, miró fijamente a su hija, expresándole su rencor por quitarle el amor de su esposo Agustín. Fue justo en ese momento, que Carlisa comenzó a comprender, lo que podría haber sido, el detonante de su enfermedad; tomar para olvidar.
Carlisa dejó a su madre en el jardín, para buscar libremente en su habitación alguna pista de la posible traición del que fue su padre. Más jamás pensó, encontrar un retazo de su propia vida, escondida entre papeles viejos y amarillentos, ocultos en lo alto del closet. Allí aparecía una foto de una mujer igual a ella, abrazada a su padre. Asimismo, se encontraba un pedazo de periódico, donde aparecía un reportaje de  prensa que hablaba de los restos de una mujer desnuda que había sido mutilada, y encontrada en el bosque del condado.  También se encontraban recortes de noticias de farándula, donde aparecía su madre, presentándose en grandes escenarios. En una de ellas hablaban del declive de una gran diva del teatro: Aurelia Pernía, una estrella atrapada en el alcohol.
La joven tomó los papeles, y desde la ventana veía a su madre, congelada en el tiempo, o perdida de alguno de sus desvaríos. ¡De pronto! la observó cómo caminaba hacia uno de sus rosales preferidos, era el único lugar que la tranquilizaba. Carlisa se aproximó a ella y le pasó la manguera para motivarla a regar las flores. Aurelia tomó la manguera con dificultad, pero luego de rociar las flores, comenzó a reírse sin control, provocando que se orinara; ya eso se había hecho frecuente en el estado de su demencia. Carlisa se la llevó con mucha dificultad adentro de la casa para asearla y vestirla nuevamente con sus mejores trajes; eso la hacía sentir bien. No sin antes que ella le dijera:
      Mañana despertará la rosa…
Carlisa, no comprendió las palabras de su madre, pero era obvio, que necesitaba ayuda, o nuevos sedantes, por lo que decidió llamar al médico. El Dr. se había enamorado de ella, pero sus dudas, de las posibilidades de heredar la enfermedad de su madre, a pesar que tenía presente las palabras de su papá, la atormentaban, lo que hicieron de ella, una mujer solitaria. Ella también se negaba internarla, vivía buscando una justificación de la autodestrucción de su madre, que también llevó a la muerte de su padre. Comprender que fue una gran y hermosa actriz que había sido engañada por su esposo, era lo único que tenía, por lo que necesitaba más, para justificar su sacrificio. Fue cuando el médico, al ver cómo se marchitaba prematuramente, atrapada en la vida de su madre, la medicó nuevamente para buscar sedarla en esas noches de intranquilidad, propias de su estado.
Esa noche Carlisa la vistió con sus mejores galas, le preparó una gran cena con música de su época, y le hizo sentir que la recibió como una gran estrella. Ya ella  no la reconocía,  solo la confundía por instantes, con aquella mujer. Aurelia se paró frente a ella e interpretó algo que parecía un monologo, pero invadida por su emoción, comenzó a destruir cosas y rasgarse su hermoso vestido, al sentir que había perdido el control de las necesidades de su cuerpo. Su desesperación la hizo sentirse sucia, y con sus manos ensució todo lo que podía tocar, incluyendo a Carlisa, que la sujetaba con fuerza. Como pudo, logró suministrarle el medicamento, y ya calmada, la logró llevar a la habitación, donde la cambió con lágrimas en sus ojos, que con su mirada fija imploraban piedad. Allí la dejó, durmiendo, luego de acariciar su cabello cubierto de las cenizas del tiempo. Colocó los medicamentos en la cómoda, y se marchó. Después de todo, a pesar del mal momento, esa noche dormiría.
Al amanecer, Aurelia dormía en paz, con una hermosa sonrisa dibujada en su rostro, y junto a ella, algunas pastillas regadas sobre su pijama, pero con sus manos llenas de barro. Era obvio lo que había ocurrido, por lo que no quedaba más que cubrir su cuerpo cansado, y suspendido por siempre en algún recuerdo.
Fue un acto sencillo, pocas personas acompañaron a Carlisa, el médico estaba junto a ella, y a partir de ese día, se escribía una nueva historia para ellas, aún ensombrecida por un pasado llenos de dudas. Sólo le quedaban aquellas fotos, los recortes de prensa, y algunas palabras dichas por su padre y su madre. Fue cuando recordó el jardín de ella, por lo que sintió la necesidad de regarlo en su memoria. Sin embargo, todo se develó.
La tierra estaba movida, se encontraban rasgos de que habían escarbado en el lugar. Ella siguió buscando entre la tierra, y logró encontrar algunas prendas de mujer, lo que provocó que su cuerpo se estremeciera. A las horas llegó la policía, y localizaron restos de un cuerpo, y el arma que causó la muerte de la mujer encontrada años atrás en el bosque. En definitiva, aquella mujer de la foto era su madre, desaparecida desde aquella noche que Aurelia los encontró juntos, y también había descubierto que tenían una hija.

Al desaparecer ella, Augusto se la trajo a Aurelia, quien terminó criando a la hija que era fruto de aquella traición, y el ser que más la amó...


                            Eva Franco.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Amanecer











Se arrebujó entre las sábanas que cubrían su desnudez, mientras él se vestía para salir. Ya el sol estaba alto; la dejaba sola tras una noche de pasión. Se marchaba sin más.
No quería que viera sus lágrimas. Escondió su cara en la almohada, él saludó con la mano y cerró tras de si la puerta. Se tapó la cabeza y quedó adormilada.
—¡Despierta dormilona!—. Se sobresaltó, abrió los ojos y allí estaba él, con el desayuno en una bandeja, el aroma de las tostadas  excitaba sus sentidos.
Sonriente la depositó sobre su regazo con un mohín gracioso y reverencia. Esta vez las lágrimas que asomaron no eran de tristeza, acompañaban una sonrisa.

El detalle del pimpollo de rosa iluminó su mirada.

miércoles, 29 de julio de 2015

La vieja casa



La anciana caminaba lenta, sus ojos no percibían la luz, cabizbaja con su bastón, no apartaba la mirada del suelo. Llegó hasta el portal, levantó la cabeza y sonrió, al transponer la puerta su figura comenzó a cambiar, el cuerpo encorvado se fue enderezando, sus ojos cobraron un brillo rojizo. Al costado de la puerta quedó abandonado el bastón.
Se dirigió a la entrada del sótano,  tras una carcajada se asomó a la misma, su voz atronó el ambiente: — ¿Como están hijos míos?
De las sombras aparecieron cuerpos grotescos que fueron tomando forma a medida que a ella se acercaban, sus risas y gestos daban vida a aquel aquelarre.
Uno a uno se acercaron llamándola “¡mamá!”. Un extraño resplandor daba vida a la escena.
Afuera el viento arreció, golpeando ventanas con un aire gélido, a lo lejos un aullido estremecedor alegró a todos…
……………

Ella apuró el paso, la tormenta arreciaba, pero ya divisaba la vieja casa, era tal cual se la había descripto aquella viejecita que se la vendió. “Es un lugar diferente”, le dijo.  Un raro presentimiento le causaba temor, pero ya era tarde para volver.
Buscaba un cambio en su vida, por lo que abandonó la ciudad tras vender su apartamento, ansiaba soledad para escribir, su sueño de novelista la acompañaba desde hacía más de una década. Estaba segura que ahora que disfrutaría de privacidad lo lograría, en su cuaderno traía múltiples ideas y no dejaría pasar la ocasión.
Ernesto había dejado junto al sabor amargo de la decepción,  una herida que no sería fácil de cerrar. Él, tipo mundano, vivía la noche sin dejar de pasar oportunidad para una nueva conquista. Ella enfrascada en sus estudios, poniendo metas a su vida, ser escritora era fundamental, traía los sueños acumulados en las lecturas de su profusa biblioteca, autores como Poe, Kafka, García Márquez, Borges y tantos otros llenaban los anaqueles. Fue amor a primera vista, se ilusionó en vano, él, nunca cambiaría.
………………
Un chubasco la sorprendió al llegar al porche, no había luz, por suerte portaba una pequeña linterna que perforaba las sombras creando imágenes fantasmales. No tenía miedo, pero algo dentro de su ser la prevenía a estar alerta.
Se sobresaltó con algo que cayó al piso, el haz de luz rebeló que era un vetusto bastón; Le extrañó, pero lo dejó en el piso y continuó hacia el interior, le causaba un poco de aprensión la oscuridad y el silencio solo roto por algún relámpago y trueno ocasional, alcanzó a ver la escalera que conducía a las habitaciones.
Subió despacio mientras afuera arreciaba el aguacero, la primera habitación constaba de dos camas y muebles antiguos, desde un imponente retrato sobre una de las paredes un hombre de rasgos duros y mirada penetrante parecía observarla en silencio. La siguiente puerta era un baño de negras mayólicas y antiguos artefactos, el cromo de la griferia brillaba aún en la oscuridad dando un toque siniestro al mismo.
El que sería su dormitorio era imponente, con una gran cama de  bronce y muebles oscuros. Frente a la misma un gran espejo que casi cubría toda la pared, el brillo repentino la asusto, había vuelto la energía y todo se iluminó. Eso la tranquilizó.
 La moquete era muy elaborada, le fascinó los arabescos que enmarcaban la cama, que estaba cubierta con un acolchado increíblemente blanco, en la pared sobre la cabecera quedó la marca de que allí hubo un crucifijo, que vaya a saber porque razón fue quitado. Dentro del ropero de brillante caoba solo encontró una cadena que por su color dedujo muy antigua. En la pared lateral faltaba un cuadro, la mancha daba testimonio que por su tamaño era importante.
Dejó sus cosas sobre una silla para dirigirse a la planta baja a preparar un té.  La cocina era enorme, le llamó la atención la profusión de bronce, demasiado para su gusto.
Las mayólicas eran antiguas, con dibujos en relieve, se destacaban igual que un viejo calentador que servía tanto para el agua caliente como para la calefacción. Lo encendió dado que se sentía el frío. Afuera arreciaba la lluvia.
Extraños chirridos la alertaron, pero lo atribuyo al viento y se dirigió al dormitorio, estaba cansada.
Eso la ayudó, se durmió pronto y no escucho lo que sucedía a su lado. Extraños seres la observaban absortos, todo les llamaba la atención; La piel tan blanca, los cabellos dorados y suaves, uñas escarlatas perfectamente delineadas. Sólo se limitaron a observarla.
……………
La tormenta  amainó y un tímido sol apareció por la mañana entre el manto de nubes, tras salir de la cama, abrió las cortinas para deleitarse con el paisaje circundante, profusa arboleda y mucho verde, llamó su atención varios conejos comiendo en el parque.
Tras una reparadora ducha bajó a la cocina para desayunar, al abrir la ventana un coro de trinos la recibió. Se sentía dichosa, la galería sería el lugar ideal para escribir, apuró el desayuno para hacerlo.
La puerta al abrirse y el ruido de pasos la sobresaltó, volteó a mirar esa sombra oscura que se recortaba en la misma, quedó paralizada hasta que el saludo de esa mujer la tranquilizó.
    Buenos días señorita, soy Sara, quien ha cuidado esta casa durante todo este tiempo— la voz sonaba cordial, igual que su sonrisa.
    Hola, me sobresalté, no sabía que vendría, nadie me aviso.
    Anoche vi luz desde mi casa e imaginé que había llegado, terrible noche le tocó. Por suerte volvió la luz.
    Es verdad, me dio aprehensión entrar en la oscuridad. ¿Ese bastón es suyo?— En la puerta el bastón había desaparecido.
    ¿Qué bastón?— preguntó Sara mirando en rededor.
    Había uno anoche allí— señaló extrañada.
    No sabría que decirle…— comentó encogiéndose de hombros— Pensé que no tendría provisiones por lo que le traje, pan casero, huevos y queso. Yo me encargo de hacerlo siempre.
    ¡Que amable! No se como agradecerle, hoy pensaba ir al pueblo para hacer compras, pero debo esperar que se seque un poco el camino.
    Quizás a la tarde ya pueda transitar, cualquier cosa que necesite, vivo tras el recodo, no ve mi casa porque los árboles la tapan. De noche puede ver la luz.
    Muchas gracias, lo tendré presente, debo pedir que me arreglen el teléfono que está mudo.
    Por eso no se preocupe, le diré a mi esposo que se ocupe cuando pase por el pueblo. Me retiro para que se pueda acomodar. Si necesita algo no dude en decirlo.
    Gracias Sara, es usted muy amable— mientras esta se alejaba quedó pensando como nadie le dijo nada de ella.
Dio un pequeño paseo por los alrededores, descubrió que muy cerca de su casa existía una pequeña laguna rodeada de juncos donde una bandada de patos disfruta el espacio solo para ellos. Todo el tiempo el coro de pájaros la acompañó.
Desde un promontorio observó el camino donde este hacía un recodo, no divisó casa alguna, quizás no era el lugar. El sol ya había comenzado a secar el camino.
La galería era el lugar ideal, con luz natural, sol en días fríos y brisa fresca en los cálidos. Algo se movió entre unos arbustos, quedó mirando unos momentos sin descubrir nada, trataba de concentrarse pero algo la incomodaba, se sentía observada.
Decidió entrar y preparar el almuerzo, al hacerlo notó la entrada al sótano, abrió la puerta pero el interior estaba oscuro. En otro momento lo visitaría.
Buscó en la radio música, esta era alegre, cantando se puso a cocinar. Luego del almuerzo partió al pueblo, recorrió varios comercios he hizo compras, consiguió un vehículo de alquiler que la trajo, ya estaba cayendo la tarde.
Entró contenta tras despedir al chofer, la puerta del sótano estaba abierta y le pareció escuchar voces, preguntó quién estaba allí pero no obtuvo respuesta, cerró con llave y subió.
Por las dudas dejo encendida la luz del pasillo y cerró con llave la puerta del dormitorio, prestó atención pero no escuchó nada, con su libro favorito se metió en la cama, el silencio era perfecto para leer.
Estaba descubriendo a Ernest Hemingway, se lo habían recomendado, era nuevo para ella. Absorta en la lectura olvidó sus temores, ya casi sobre la medianoche decidió que era hora de dormir, dejo el libro sobre la mesa de noche y apagó la luz. Se arropó cerrando los ojos.
La ventana se abrió de pronto, una brisa gélida inundo la estancia, se sobresaltó dejando escapar un grito. Todo era silencio, tras unos minutos luego de encender la luz salió de la cama y cerró nuevamente la ventana. Observó el exterior, le llamó la atención ver a los conejos que parecían huir de algo o alguien. Como no pudo ver nada mas volvió a la cama, temblaba de frio, por lo que se tapó hasta la cabeza. Estuvo largo rato escudriñando la oscuridad con el oído alerta hasta que el sueño ganó la partida.
El sol estaba alto cuando despertó, bajó a desayunar y lo hizo en la galería, mientras tomaba apuntes, el cuaderno de tapas azules era su favorito, allí plasmaba sus ideas hasta poder conjugarlas en una prosa. Como no podía pasar por alto guardó el episodio de los conejos nocturnos.
……………
Nunca imaginó escribir un drama, siempre sus ideas eran románticas, esta vez le pareció interesante cambiar. La vieja casa era excelente para crear una historia de aparecidos, incluso pensó que los conejos pudieran ser nogmos.
Sus primeras palabras fueron: En la inmensa pradera rodeada de espesura donde los espinos eran mayoría se encontraba la antigua mansión.
Le gustó el comienzo y siguió describiendo la casa, sus altas ventanas, el color ocre tan antiguo de sus paredes, allí descubrió que el techo de varias aguas era de tejas negras, cubiertas de verdín, producto del paso de tiempo, sobre la chimenea una bruja sobre su escoba era la veleta que hoy marcaba una brisa desde el sudeste, que traía fresca humedad.
Sobre el portal un escudo extraño con símbolos desconocidos para ella, una fecha MCDXLV. ¿Podría ser tan antigua? ¿Anterior al descubrimiento de América?
Seguro era una broma, o quizás una extravagancia de su constructor.
Tomó un libro de la biblioteca y comparó el tipo de edificación de todas las épocas pero no encontró nada parecido, eso le resultó muy extraño, más aun el escudo.
La simbología era difusa, comprobó que las figuras no eran iguales día tras día, notó sombras cambiantes cual si el mismo rotara, cosa imposible al ser parte del revoque.
Los conejos observaban a prudente distancia, la mayoría eran grises, el que en apariencia era el mayor, era casi negro, tenía algo en su oreja izquierda, podría ser una malformación. Trató de acercarse pero estos se escabulleron entre las plantas circundantes.
Una brisa fría comenzó a sentirse por lo que entró y se arrebujo en uno de los sillones de la sala tratando de leer. Entre lo que había escrito esa tarde una frase llamó su atención, no recordaba cuando la puso ni tampoco el porqué.
“La extraña llegó aquella tarde, sin pensar que entraba a su última morada. El cielo la recibió oscuro y amenazante, antes de entrar desató su furia en copiosa lluvia.”
¿Por qué habría escrito algo tan lúgubre?
Ellos la observaron desde su escondite entre las plantas.”
¿Quiénes serían ellos?
Las lámparas comenzaron a titilar, pensando que pudiera volver a cortarse la luz decidió subir. Estaba entrando al baño cuando otra vez escuchó esos extraños sonidos, se detuvo y quedó esperando, no se repitieron. “Será mi imaginación” (pensó).
Estaba conciliando el sueño cuando una mezcla de rugido y lamento la despertó, salió de cama y observó por la ventana, los conejos en extraña danza se encontraban en el parque. El de la oreja mutilada se retorcía en el césped, los demás advirtieron su presencia y huyeron presurosos, este tuvo que arrastrarse para huir.
Consternada volvió a la cama, pero no podía dormir, estaba asustada. Ya casi a la madrugada el sueño la venció. Al despertar no recordaba nada…
Por la ventana pudo ver extrañada  que con los conejos no estaba el mayor, decidió luego  del desayuno salir a investigar.
El día no era ideal, una densa niebla fue cubriendo el lugar, no veía más allá de unos pocos metros, los trinos estaban callados, solo un rumor de hojarasca pudo oír no muy lejos. Se pregunto que o quienes serían, avanzó algunos pasos pero por precaución prefirió volver sobre sus pasos.
Ya sobre el mediodía la niebla se hubo disipado, aprovecho para dar una vuelta por el lugar, no vio nada en particular, revisó entre los matorrales buscando sin saber que, recordó al conejo oscuro que se arrastraba, debió haber quedado alguna señal de eso, sobre la hierba no vio nada, pero entre las matas quedó algo de pelo oscuro pegado en las espinas. Buscó del otro lado pero nada, ningún indicio de los animales.
El resto de la tarde lo pasó escribiendo, la historia fue cobrando vida. Incluyo el tema de los conejos para dar drama al relato, aun sin tener idea que podría decir.

Transcurrieron varios meses desde aquel otoño cuando en brazos de Ernesto se sintió plena, creyó necesario dejar la universidad para compartir más tiempo con él, siendo músico la noche era su elemento, por compartir esos momentos no podía estudiar como debía, por lo que perdió algunos parciales. Fueron meses de dicha y discusiones donde su sentido común chocaba con la irresponsabilidad de él.
Una lágrima fue deslizando por la mejilla, sintió la soledad y prefirió dejar la escritura para otro momento. En la cocina trató de pasar el mal momento con una taza de té, al entrar notó la puerta del sótano otra vez abierta, recordaba haberle puesto llave. La cerró y continuó con lo suyo.

Antes de acostarse miró por la ventana, buscó los conejos, al no verlos se sintió más tranquila, llevó su libro a la cama y se acostó; Por las dudas trabó la puerta con una silla a pesar de tener llave, algo en su interior le infundía temor.
Creyó oír un sonido sordo, cual si arrastrasen algo, lo atribuyo a su temor y trató de dormirse. Fue después de la medianoche cuando un quejido la despertó, saltó de la cama y se asomó a la ventana, los conejos huyeron de inmediato. Apagó la luz y quedó junto observando a través de los vidrios, una sombra apareció donde estos estaban, no pudo precisar su forma, dado que la luna quedó detrás de una nube, algo se movía allí sin dudas. Pero ¿Qué era?
No se animó a salir de la habitación, esperaría el día. Trató en vano de dormir, inquieta escuchaba ruidos que no podía precisar. Cada tanto se arrimaba para espiar tras los cristales, solo podía ver sombras que imaginaba se movían. Cuando el sol ya estaba alto salió, no había nada, todo estaba igual, pero al caminar observando todo lo circundante tropezó con algo que cayó por la escalera, dio un paso atrás asustada, este cayo hasta planta baja. Se asomó y tamaña fue su sorpresa, ¡Era el bastón! ¿Cómo llegó hasta allí?
Con precaución revisó los demás ambientes de la planta alta, menos el desván que estaba cerrado. Bajo y desayunó. Luego partió al pueblo.
Era una mañana apacible y soleada, caminó rápido dándose vuelta cada tanto por si alguien la seguía, un ave que levantó vuelo delante de ella la sobresaltó, estaba muy nerviosa.
La calle principal del pueblo no estaba muy concurrida a pesar de ser media mañana, entró decidida a comprar una cortinas, quien la atendió, mujer de unos cincuenta años y charla cordial, preguntó donde vivía ya que no la tenía vista por el pueblo. Ella refirió que había adquirido la antigua casa del camino viejo. La dependienta extrañada reconoció no saber de la existencia de la misma, a pesar de haber pasado su vida en el pueblo. La cortinas que adquirió eran casi blancas y de fina textura.
Se proveyó de algunos víveres y retornó caminando, el día era de un cielo diáfano e invitaba a disfrutarlo, adquirió el refresco frío que acostumbraba cuando estaba en la ciudad. Lo degustó a pequeños sorbos durante la caminata. En su mente rondaba la afirmación de la mujer que nada sabía de la casa. Ella la había comprado sin saber quienes eran sus dueños. Ahora caía en cuenta de su error.
Al entrar se dirigió a la biblioteca donde gruesos y antiguos tomos podrían dar luz a sus preguntas. Tomó el primero de la izquierda, con un trapo húmedo limpió las tapas y para su asombro apareció el mismo escudo que veía en el frente de la casa.
Comenzó a hojearlo y para su sorpresa era la historia de la gente que habitó la misma, aunque era incongruente. Al parecer era de otra época, trató de entender pero le resultaba extraño. Hablaba de la vista al mar desde la ventana superior, siendo que este se encontraba a cientos de kilómetros tras las montañas. La señora de la casa se llamaba ¡SARA! Según lo escrito era de la misma altura, color de cabello y complexión que quien ella había conocido.
Por la descripción el señor de la casa era quien veía en el retrato. Tenían varios hijos, uno de ellos era de tez trigueña y mayor estatura que los demás, agresivo y dominante ejercía el poder sobre sus hermanos. Estos no se atrevían a contradecirlo pero no simulaban su temor hacia él.
Pudo saber que el señor de la casa era un ser despótico y cruel que junto a su mujer practicaban artes ocultas.
Absorta en la lectura no se dio cuenta del tiempo transcurrido, ya tarde en la noche se acostó, tuvo pesadillas, se revolvió en la cama todo el tiempo, demacrada se despertó con las primeras luces del alba, los golpes en el cristal la alertaron. Era un cuervo tratando de entrar, trató de espantarlo pero el continuaba, nunca había visto un cuervo con ojos rojos. Atemorizada bajó a la cocina, desde la ventana lo vio volar hacia el bosque.
Decidió usar ese extraño sueño en su relato. Más calma retomó la lectura, llamó su atención una fórmula al parecer mágica, la cual rezaba que al norte de la casa se hallaba un cruce de senderos, allí con el brazo derecho apuntando al cielo debía pronunciar esa palabra apretando los dientes.
Le pareció gracioso, pero igual la anotó.
En su cuaderno leyó esta frase: La dama quiso huir pero fue arrojada al fuego por el ave.
Estaba segura de no haber escrito eso, pero era su letra. ¿Qué le estaba pasando?
Trató de olvidar y continuar con lo suyo.
Se sentía molesta por lo que decidió caminar, el día invitaba a hacerlo. Tomó sin notarlo rumbo norte hacia los árboles, siguió el sendero hasta donde se cruzaba con otro, recordó lo del libro, aún en su bolsillo tenía el papel donde tomó nota.
    ¡Que estupidez!— se dijo a si misma— ¿como puedo creer eso?
Una bandada de patos surcaba el cielo hacia el este, riendo se paró en el cruce, levantó su brazo y mirando al cielo gritó:
    ¡SHIUESSBARANDOUN!!!
Un rayo atronó el espacio, una tormenta apareció de la nada, el cielo se puso negro, frente a ella desde un bosque de altos pinos apareció una manada de lobos que comenzaron a acercarse amenazantes. No lo pensó, dio media vuelta y corrió a la casa, en su loca carrera no notó los cambios, abrió la puerta de un empellón y la cerró tras de si.
    ¿Se puede saber donde has estado?— la increpó Sara desde el piso superior— ¿no esperarás que salga a buscarte?
    ¿Yo? La tormenta, los lobos…—balbuceó.
    ¡Abriste el portal!— gritó enfadada.
No alcanzaba a comprender que estaba pasando, él estaba sentado en uno de los sillones mientras la observaba, su mirada la aterró. En el piso superior fueron apareciendo de a uno los hijos que solo observaban, los comparó con los conejos…
De otro lado entró el hijo mayor, de tez más oscura que sus hermanos, mirada malévola y sonrisa cínica, comenzó a bajar lentamente los peldaños, llevaba algo metálico en su mano que golpeaba contra la palma de la otra.
    ¡No te atrevas!— le gritó el padre. El muchacho lo miró desafiante.
Sara bajó, pero sus pies no rozaron los peldaños, se acercó a la muchacha que pálida estaba paralizada.
    No debiste hacerlo— le dijo cuando estuvo a su lado— ahora es tarde, no debiste abrir el libro, terminarás como todas.
No articuló palabra, con ojos desorbitados miró a todos.
    ¡Llévala al sótano!— ordeno él. Sara asintió y tomándola del brazo la condujo al mismo.
Por primera vez traspuso esa puerta, era una mazmorra, con casi nada de luz, de los aros amurados en la pared colgaban cadenas con grilletes, Sara se volvió para detener al hijo que las seguía. Ella aprovechó para huir por la pequeña ventana que daba al exterior, con tranquilidad salieron a perseguirla por la puerta principal. Corrió desesperada sin rumbo fijo entre los espinos que desgarraban su ropa, al transponer la arboleda ante sus ojos apareció el mar.
Por detrás ellos se acercaban, continuó su huida hasta llegar al borde del barranco, debajo las aguas golpeaban con estrépito, a pesar de la altura no lo pensó, cerró los ojos y se arrojó. Antes de llegar al fondo un enorme pájaro negro la atrapó en pleno vuelo y la volvió a la casa. Sara y su esposo se acercaron, volteó hacia el pájaro pero no estaba, si el hijo mayor sonriendo. Tomó una vara del piso y lo golpeó con furia, este se tomó la oreja sangrante y se alejó a los saltos dando alaridos. Los hermanos asustados se fueron empequeñeciendo mientras huían hacia la espesura.
El señor colérico la apuntó con el dedo, mientras llamas brotaban a su alrededor, se sintió abrasada, y no pudo gritar.
…………………
Las nubes se disiparon, varios jóvenes que pasaban por el camino creyeron oír un grito, se acercaron al lugar, le llamó la atención sector que parecía haber sido habitado. Hoy solo era un refugio de conejos que huyeron al verlos, solo uno pequeño y muy blanco trató de acercarse. Pero uno grande y negro con una oreja mutilada lo obligó a unirse a ellos.

El grupo decidió investigar aquellas ruinas que el tiempo había cubierto de vegetación, les llamó la atención el cuaderno de tapas azules donde en la última hoja alguien había escrito:
Por favor, que alguien me ayude

miércoles, 11 de marzo de 2015

Vuelo


No lo pudo soportar, la realidad lo golpeó duro. Era su nena. La amaba más que a nada en el mundo, deseando un futuro promisorio para ella, soñando con los nietos que le daría.
El maldito se la quitó. La ultrajó, la dejó sin vida.
En el primer momento gritó, lloró, maldijo. Luego quedó en silencio, la mirada perdida, solo un pensamiento ocupó su mente: “Él no merecía vivir”…
Tras la ceremonia quedó solo frente a la tumba e hizo un juramento, no le importó la lluvia, camino despacio en silencio, en su rostro empapado no se notaban las lágrimas.
Pasaron meses, pero nunca abandonó su búsqueda, cuando esta dio el resultado esperado urdió su plan. Él se casaba ese día, sin imaginarlo caminó feliz hacia el altar, su sangre manchó el traje blanco que lucía, la novia ajena al drama estaba llegando. Salió entre la confusión y se dirigió a la costa.
Ella amaba el mar, solían pasar horas caminado por la playa y el acantilado,  disfrutar del crepúsculo para luego volver cantando cual adolescentes por el sendero del bosque.

Allá se dirigió, él ya había pagado, no quedaba más por hacer, se paró al borde del abismo, con una sonrisa, elevó sus brazos al cielo y voló junto a su pequeña…