miércoles, 31 de octubre de 2018

Dolor



Ese cosquilleo lo hacía sentir vulnerable, tenerla tan cerca simulando no sentir mientras su sangre bullía en torrentes y sus sueños lo enloquecían.
Ella nunca lo supo, veía en él al compañero fiel, con quién compartía el escenario. Sabía que podía confiar, era su amigo. No vio en el fondo de su mirada lo que sentía, no comprendió el ligero temblor que irradiaba a tenerla tan cerca. El personaje cubría lo aparente.
Confió en él al punto de confesar que soñaba con el amor del director, que impasible solo la veía como actriz, mientras su corazón ansiaba salir de su pecho al sentirlo cerca. Nada dijo. Se mordió los labios masticando un dolor profundo que lo corroía por dentro, lloró en la soledad de su habitación imaginándola en otros brazos.
Sobre el escenario, ella confundió con emoción esas lágrimas en la escena final de la obra donde se despedían para siempre, conmovida arrimó su rostro hasta que sus labios casi se rozaron, sintió como todo su cuerpo temblaba, en diálogo murió en sus labios. Quedaron un momento en silencio, mirándose, el bajó la mirada y atinó a un adiós, soltó sus manos y salió tras bambalinas. Ella miró al público y quedó en silencio mientras este estallaba en un aplauso.
El telón fue el refugio que la liberó de la tensión del momento. Giró su mirada buscándolo pero él ya no estaba.
Al volver a abrirse el telón, tuvo que saludar al público en soledad mientras vítores y aplausos no tenían fin. Por la mañana toda la prensa alabó su actuación.

Nadie lo recordó ni preguntó por él.

domingo, 7 de enero de 2018

Aquellas navidades...



La imagen me sobrecoge, la familia reunida alrededor del árbol, la mesa servida y los regalos esperando la hora de ser abiertos.

Cierro los ojos y mi mente se retrotrae al pasado, la vidriera repleta de juguetes, desde la calle sólo quedaba mirarlos, eran inalcanzables para el magro ingreso de mi madre, miraba arrobado aquellos que nunca podrían ser míos, luego regresar soñando que algún día quizás…

Pasar por casa de amigos donde veía largas mesas repletas de delicias, con música y algarabía. Entrar a casa donde dos platos en la mesa me esperan junto a ella que me mira con una sonrisa, no hace falta más. 

Comemos en silencio…
Suenan campanas anunciando las doce, tras un beso me da un pequeño paquetito, un autito rojo ilumina mi rostro, un abrazo y un beso…

—¡Papá!
Abro los ojos, mi hija me acerca una copa mostrándome el reloj, comienzan a sonar campanadas entre besos, abrazos y saludos.


En un rincón donde sólo yo lo veo, aquel niño me mira sonriendo mientras se encoge de hombros. 
Han pasado tantos años…