Ese cosquilleo lo
hacía sentir vulnerable, tenerla tan cerca simulando no sentir mientras su
sangre bullía en torrentes y sus sueños lo enloquecían.
Ella nunca lo supo,
veía en él al compañero fiel, con quién compartía el escenario. Sabía que podía
confiar, era su amigo. No vio en el fondo de su mirada lo que sentía, no
comprendió el ligero temblor que irradiaba a tenerla tan cerca. El personaje
cubría lo aparente.
Confió en él al
punto de confesar que soñaba con el amor del director, que impasible solo la
veía como actriz, mientras su corazón ansiaba salir de su pecho al sentirlo
cerca. Nada dijo. Se mordió los labios masticando un dolor profundo que lo
corroía por dentro, lloró en la soledad de su habitación imaginándola en otros
brazos.
Sobre el escenario,
ella confundió con emoción esas lágrimas en la escena final de la obra donde se
despedían para siempre, conmovida arrimó su rostro hasta que sus labios casi se rozaron, sintió
como todo su cuerpo temblaba, en diálogo murió en sus labios. Quedaron un
momento en silencio, mirándose, el bajó la mirada y atinó a un adiós, soltó sus
manos y salió tras bambalinas. Ella miró al público y quedó en silencio
mientras este estallaba en un aplauso.
El telón fue el
refugio que la liberó de la tensión del momento. Giró su mirada buscándolo pero
él ya no estaba.
Al volver a abrirse
el telón, tuvo que saludar al público en soledad mientras vítores y aplausos no
tenían fin. Por la mañana toda la prensa alabó su actuación.
Nadie lo recordó ni
preguntó por él.