miércoles, 29 de julio de 2015

La vieja casa



La anciana caminaba lenta, sus ojos no percibían la luz, cabizbaja con su bastón, no apartaba la mirada del suelo. Llegó hasta el portal, levantó la cabeza y sonrió, al transponer la puerta su figura comenzó a cambiar, el cuerpo encorvado se fue enderezando, sus ojos cobraron un brillo rojizo. Al costado de la puerta quedó abandonado el bastón.
Se dirigió a la entrada del sótano,  tras una carcajada se asomó a la misma, su voz atronó el ambiente: — ¿Como están hijos míos?
De las sombras aparecieron cuerpos grotescos que fueron tomando forma a medida que a ella se acercaban, sus risas y gestos daban vida a aquel aquelarre.
Uno a uno se acercaron llamándola “¡mamá!”. Un extraño resplandor daba vida a la escena.
Afuera el viento arreció, golpeando ventanas con un aire gélido, a lo lejos un aullido estremecedor alegró a todos…
……………

Ella apuró el paso, la tormenta arreciaba, pero ya divisaba la vieja casa, era tal cual se la había descripto aquella viejecita que se la vendió. “Es un lugar diferente”, le dijo.  Un raro presentimiento le causaba temor, pero ya era tarde para volver.
Buscaba un cambio en su vida, por lo que abandonó la ciudad tras vender su apartamento, ansiaba soledad para escribir, su sueño de novelista la acompañaba desde hacía más de una década. Estaba segura que ahora que disfrutaría de privacidad lo lograría, en su cuaderno traía múltiples ideas y no dejaría pasar la ocasión.
Ernesto había dejado junto al sabor amargo de la decepción,  una herida que no sería fácil de cerrar. Él, tipo mundano, vivía la noche sin dejar de pasar oportunidad para una nueva conquista. Ella enfrascada en sus estudios, poniendo metas a su vida, ser escritora era fundamental, traía los sueños acumulados en las lecturas de su profusa biblioteca, autores como Poe, Kafka, García Márquez, Borges y tantos otros llenaban los anaqueles. Fue amor a primera vista, se ilusionó en vano, él, nunca cambiaría.
………………
Un chubasco la sorprendió al llegar al porche, no había luz, por suerte portaba una pequeña linterna que perforaba las sombras creando imágenes fantasmales. No tenía miedo, pero algo dentro de su ser la prevenía a estar alerta.
Se sobresaltó con algo que cayó al piso, el haz de luz rebeló que era un vetusto bastón; Le extrañó, pero lo dejó en el piso y continuó hacia el interior, le causaba un poco de aprensión la oscuridad y el silencio solo roto por algún relámpago y trueno ocasional, alcanzó a ver la escalera que conducía a las habitaciones.
Subió despacio mientras afuera arreciaba el aguacero, la primera habitación constaba de dos camas y muebles antiguos, desde un imponente retrato sobre una de las paredes un hombre de rasgos duros y mirada penetrante parecía observarla en silencio. La siguiente puerta era un baño de negras mayólicas y antiguos artefactos, el cromo de la griferia brillaba aún en la oscuridad dando un toque siniestro al mismo.
El que sería su dormitorio era imponente, con una gran cama de  bronce y muebles oscuros. Frente a la misma un gran espejo que casi cubría toda la pared, el brillo repentino la asusto, había vuelto la energía y todo se iluminó. Eso la tranquilizó.
 La moquete era muy elaborada, le fascinó los arabescos que enmarcaban la cama, que estaba cubierta con un acolchado increíblemente blanco, en la pared sobre la cabecera quedó la marca de que allí hubo un crucifijo, que vaya a saber porque razón fue quitado. Dentro del ropero de brillante caoba solo encontró una cadena que por su color dedujo muy antigua. En la pared lateral faltaba un cuadro, la mancha daba testimonio que por su tamaño era importante.
Dejó sus cosas sobre una silla para dirigirse a la planta baja a preparar un té.  La cocina era enorme, le llamó la atención la profusión de bronce, demasiado para su gusto.
Las mayólicas eran antiguas, con dibujos en relieve, se destacaban igual que un viejo calentador que servía tanto para el agua caliente como para la calefacción. Lo encendió dado que se sentía el frío. Afuera arreciaba la lluvia.
Extraños chirridos la alertaron, pero lo atribuyo al viento y se dirigió al dormitorio, estaba cansada.
Eso la ayudó, se durmió pronto y no escucho lo que sucedía a su lado. Extraños seres la observaban absortos, todo les llamaba la atención; La piel tan blanca, los cabellos dorados y suaves, uñas escarlatas perfectamente delineadas. Sólo se limitaron a observarla.
……………
La tormenta  amainó y un tímido sol apareció por la mañana entre el manto de nubes, tras salir de la cama, abrió las cortinas para deleitarse con el paisaje circundante, profusa arboleda y mucho verde, llamó su atención varios conejos comiendo en el parque.
Tras una reparadora ducha bajó a la cocina para desayunar, al abrir la ventana un coro de trinos la recibió. Se sentía dichosa, la galería sería el lugar ideal para escribir, apuró el desayuno para hacerlo.
La puerta al abrirse y el ruido de pasos la sobresaltó, volteó a mirar esa sombra oscura que se recortaba en la misma, quedó paralizada hasta que el saludo de esa mujer la tranquilizó.
    Buenos días señorita, soy Sara, quien ha cuidado esta casa durante todo este tiempo— la voz sonaba cordial, igual que su sonrisa.
    Hola, me sobresalté, no sabía que vendría, nadie me aviso.
    Anoche vi luz desde mi casa e imaginé que había llegado, terrible noche le tocó. Por suerte volvió la luz.
    Es verdad, me dio aprehensión entrar en la oscuridad. ¿Ese bastón es suyo?— En la puerta el bastón había desaparecido.
    ¿Qué bastón?— preguntó Sara mirando en rededor.
    Había uno anoche allí— señaló extrañada.
    No sabría que decirle…— comentó encogiéndose de hombros— Pensé que no tendría provisiones por lo que le traje, pan casero, huevos y queso. Yo me encargo de hacerlo siempre.
    ¡Que amable! No se como agradecerle, hoy pensaba ir al pueblo para hacer compras, pero debo esperar que se seque un poco el camino.
    Quizás a la tarde ya pueda transitar, cualquier cosa que necesite, vivo tras el recodo, no ve mi casa porque los árboles la tapan. De noche puede ver la luz.
    Muchas gracias, lo tendré presente, debo pedir que me arreglen el teléfono que está mudo.
    Por eso no se preocupe, le diré a mi esposo que se ocupe cuando pase por el pueblo. Me retiro para que se pueda acomodar. Si necesita algo no dude en decirlo.
    Gracias Sara, es usted muy amable— mientras esta se alejaba quedó pensando como nadie le dijo nada de ella.
Dio un pequeño paseo por los alrededores, descubrió que muy cerca de su casa existía una pequeña laguna rodeada de juncos donde una bandada de patos disfruta el espacio solo para ellos. Todo el tiempo el coro de pájaros la acompañó.
Desde un promontorio observó el camino donde este hacía un recodo, no divisó casa alguna, quizás no era el lugar. El sol ya había comenzado a secar el camino.
La galería era el lugar ideal, con luz natural, sol en días fríos y brisa fresca en los cálidos. Algo se movió entre unos arbustos, quedó mirando unos momentos sin descubrir nada, trataba de concentrarse pero algo la incomodaba, se sentía observada.
Decidió entrar y preparar el almuerzo, al hacerlo notó la entrada al sótano, abrió la puerta pero el interior estaba oscuro. En otro momento lo visitaría.
Buscó en la radio música, esta era alegre, cantando se puso a cocinar. Luego del almuerzo partió al pueblo, recorrió varios comercios he hizo compras, consiguió un vehículo de alquiler que la trajo, ya estaba cayendo la tarde.
Entró contenta tras despedir al chofer, la puerta del sótano estaba abierta y le pareció escuchar voces, preguntó quién estaba allí pero no obtuvo respuesta, cerró con llave y subió.
Por las dudas dejo encendida la luz del pasillo y cerró con llave la puerta del dormitorio, prestó atención pero no escuchó nada, con su libro favorito se metió en la cama, el silencio era perfecto para leer.
Estaba descubriendo a Ernest Hemingway, se lo habían recomendado, era nuevo para ella. Absorta en la lectura olvidó sus temores, ya casi sobre la medianoche decidió que era hora de dormir, dejo el libro sobre la mesa de noche y apagó la luz. Se arropó cerrando los ojos.
La ventana se abrió de pronto, una brisa gélida inundo la estancia, se sobresaltó dejando escapar un grito. Todo era silencio, tras unos minutos luego de encender la luz salió de la cama y cerró nuevamente la ventana. Observó el exterior, le llamó la atención ver a los conejos que parecían huir de algo o alguien. Como no pudo ver nada mas volvió a la cama, temblaba de frio, por lo que se tapó hasta la cabeza. Estuvo largo rato escudriñando la oscuridad con el oído alerta hasta que el sueño ganó la partida.
El sol estaba alto cuando despertó, bajó a desayunar y lo hizo en la galería, mientras tomaba apuntes, el cuaderno de tapas azules era su favorito, allí plasmaba sus ideas hasta poder conjugarlas en una prosa. Como no podía pasar por alto guardó el episodio de los conejos nocturnos.
……………
Nunca imaginó escribir un drama, siempre sus ideas eran románticas, esta vez le pareció interesante cambiar. La vieja casa era excelente para crear una historia de aparecidos, incluso pensó que los conejos pudieran ser nogmos.
Sus primeras palabras fueron: En la inmensa pradera rodeada de espesura donde los espinos eran mayoría se encontraba la antigua mansión.
Le gustó el comienzo y siguió describiendo la casa, sus altas ventanas, el color ocre tan antiguo de sus paredes, allí descubrió que el techo de varias aguas era de tejas negras, cubiertas de verdín, producto del paso de tiempo, sobre la chimenea una bruja sobre su escoba era la veleta que hoy marcaba una brisa desde el sudeste, que traía fresca humedad.
Sobre el portal un escudo extraño con símbolos desconocidos para ella, una fecha MCDXLV. ¿Podría ser tan antigua? ¿Anterior al descubrimiento de América?
Seguro era una broma, o quizás una extravagancia de su constructor.
Tomó un libro de la biblioteca y comparó el tipo de edificación de todas las épocas pero no encontró nada parecido, eso le resultó muy extraño, más aun el escudo.
La simbología era difusa, comprobó que las figuras no eran iguales día tras día, notó sombras cambiantes cual si el mismo rotara, cosa imposible al ser parte del revoque.
Los conejos observaban a prudente distancia, la mayoría eran grises, el que en apariencia era el mayor, era casi negro, tenía algo en su oreja izquierda, podría ser una malformación. Trató de acercarse pero estos se escabulleron entre las plantas circundantes.
Una brisa fría comenzó a sentirse por lo que entró y se arrebujo en uno de los sillones de la sala tratando de leer. Entre lo que había escrito esa tarde una frase llamó su atención, no recordaba cuando la puso ni tampoco el porqué.
“La extraña llegó aquella tarde, sin pensar que entraba a su última morada. El cielo la recibió oscuro y amenazante, antes de entrar desató su furia en copiosa lluvia.”
¿Por qué habría escrito algo tan lúgubre?
Ellos la observaron desde su escondite entre las plantas.”
¿Quiénes serían ellos?
Las lámparas comenzaron a titilar, pensando que pudiera volver a cortarse la luz decidió subir. Estaba entrando al baño cuando otra vez escuchó esos extraños sonidos, se detuvo y quedó esperando, no se repitieron. “Será mi imaginación” (pensó).
Estaba conciliando el sueño cuando una mezcla de rugido y lamento la despertó, salió de cama y observó por la ventana, los conejos en extraña danza se encontraban en el parque. El de la oreja mutilada se retorcía en el césped, los demás advirtieron su presencia y huyeron presurosos, este tuvo que arrastrarse para huir.
Consternada volvió a la cama, pero no podía dormir, estaba asustada. Ya casi a la madrugada el sueño la venció. Al despertar no recordaba nada…
Por la ventana pudo ver extrañada  que con los conejos no estaba el mayor, decidió luego  del desayuno salir a investigar.
El día no era ideal, una densa niebla fue cubriendo el lugar, no veía más allá de unos pocos metros, los trinos estaban callados, solo un rumor de hojarasca pudo oír no muy lejos. Se pregunto que o quienes serían, avanzó algunos pasos pero por precaución prefirió volver sobre sus pasos.
Ya sobre el mediodía la niebla se hubo disipado, aprovecho para dar una vuelta por el lugar, no vio nada en particular, revisó entre los matorrales buscando sin saber que, recordó al conejo oscuro que se arrastraba, debió haber quedado alguna señal de eso, sobre la hierba no vio nada, pero entre las matas quedó algo de pelo oscuro pegado en las espinas. Buscó del otro lado pero nada, ningún indicio de los animales.
El resto de la tarde lo pasó escribiendo, la historia fue cobrando vida. Incluyo el tema de los conejos para dar drama al relato, aun sin tener idea que podría decir.

Transcurrieron varios meses desde aquel otoño cuando en brazos de Ernesto se sintió plena, creyó necesario dejar la universidad para compartir más tiempo con él, siendo músico la noche era su elemento, por compartir esos momentos no podía estudiar como debía, por lo que perdió algunos parciales. Fueron meses de dicha y discusiones donde su sentido común chocaba con la irresponsabilidad de él.
Una lágrima fue deslizando por la mejilla, sintió la soledad y prefirió dejar la escritura para otro momento. En la cocina trató de pasar el mal momento con una taza de té, al entrar notó la puerta del sótano otra vez abierta, recordaba haberle puesto llave. La cerró y continuó con lo suyo.

Antes de acostarse miró por la ventana, buscó los conejos, al no verlos se sintió más tranquila, llevó su libro a la cama y se acostó; Por las dudas trabó la puerta con una silla a pesar de tener llave, algo en su interior le infundía temor.
Creyó oír un sonido sordo, cual si arrastrasen algo, lo atribuyo a su temor y trató de dormirse. Fue después de la medianoche cuando un quejido la despertó, saltó de la cama y se asomó a la ventana, los conejos huyeron de inmediato. Apagó la luz y quedó junto observando a través de los vidrios, una sombra apareció donde estos estaban, no pudo precisar su forma, dado que la luna quedó detrás de una nube, algo se movía allí sin dudas. Pero ¿Qué era?
No se animó a salir de la habitación, esperaría el día. Trató en vano de dormir, inquieta escuchaba ruidos que no podía precisar. Cada tanto se arrimaba para espiar tras los cristales, solo podía ver sombras que imaginaba se movían. Cuando el sol ya estaba alto salió, no había nada, todo estaba igual, pero al caminar observando todo lo circundante tropezó con algo que cayó por la escalera, dio un paso atrás asustada, este cayo hasta planta baja. Se asomó y tamaña fue su sorpresa, ¡Era el bastón! ¿Cómo llegó hasta allí?
Con precaución revisó los demás ambientes de la planta alta, menos el desván que estaba cerrado. Bajo y desayunó. Luego partió al pueblo.
Era una mañana apacible y soleada, caminó rápido dándose vuelta cada tanto por si alguien la seguía, un ave que levantó vuelo delante de ella la sobresaltó, estaba muy nerviosa.
La calle principal del pueblo no estaba muy concurrida a pesar de ser media mañana, entró decidida a comprar una cortinas, quien la atendió, mujer de unos cincuenta años y charla cordial, preguntó donde vivía ya que no la tenía vista por el pueblo. Ella refirió que había adquirido la antigua casa del camino viejo. La dependienta extrañada reconoció no saber de la existencia de la misma, a pesar de haber pasado su vida en el pueblo. La cortinas que adquirió eran casi blancas y de fina textura.
Se proveyó de algunos víveres y retornó caminando, el día era de un cielo diáfano e invitaba a disfrutarlo, adquirió el refresco frío que acostumbraba cuando estaba en la ciudad. Lo degustó a pequeños sorbos durante la caminata. En su mente rondaba la afirmación de la mujer que nada sabía de la casa. Ella la había comprado sin saber quienes eran sus dueños. Ahora caía en cuenta de su error.
Al entrar se dirigió a la biblioteca donde gruesos y antiguos tomos podrían dar luz a sus preguntas. Tomó el primero de la izquierda, con un trapo húmedo limpió las tapas y para su asombro apareció el mismo escudo que veía en el frente de la casa.
Comenzó a hojearlo y para su sorpresa era la historia de la gente que habitó la misma, aunque era incongruente. Al parecer era de otra época, trató de entender pero le resultaba extraño. Hablaba de la vista al mar desde la ventana superior, siendo que este se encontraba a cientos de kilómetros tras las montañas. La señora de la casa se llamaba ¡SARA! Según lo escrito era de la misma altura, color de cabello y complexión que quien ella había conocido.
Por la descripción el señor de la casa era quien veía en el retrato. Tenían varios hijos, uno de ellos era de tez trigueña y mayor estatura que los demás, agresivo y dominante ejercía el poder sobre sus hermanos. Estos no se atrevían a contradecirlo pero no simulaban su temor hacia él.
Pudo saber que el señor de la casa era un ser despótico y cruel que junto a su mujer practicaban artes ocultas.
Absorta en la lectura no se dio cuenta del tiempo transcurrido, ya tarde en la noche se acostó, tuvo pesadillas, se revolvió en la cama todo el tiempo, demacrada se despertó con las primeras luces del alba, los golpes en el cristal la alertaron. Era un cuervo tratando de entrar, trató de espantarlo pero el continuaba, nunca había visto un cuervo con ojos rojos. Atemorizada bajó a la cocina, desde la ventana lo vio volar hacia el bosque.
Decidió usar ese extraño sueño en su relato. Más calma retomó la lectura, llamó su atención una fórmula al parecer mágica, la cual rezaba que al norte de la casa se hallaba un cruce de senderos, allí con el brazo derecho apuntando al cielo debía pronunciar esa palabra apretando los dientes.
Le pareció gracioso, pero igual la anotó.
En su cuaderno leyó esta frase: La dama quiso huir pero fue arrojada al fuego por el ave.
Estaba segura de no haber escrito eso, pero era su letra. ¿Qué le estaba pasando?
Trató de olvidar y continuar con lo suyo.
Se sentía molesta por lo que decidió caminar, el día invitaba a hacerlo. Tomó sin notarlo rumbo norte hacia los árboles, siguió el sendero hasta donde se cruzaba con otro, recordó lo del libro, aún en su bolsillo tenía el papel donde tomó nota.
    ¡Que estupidez!— se dijo a si misma— ¿como puedo creer eso?
Una bandada de patos surcaba el cielo hacia el este, riendo se paró en el cruce, levantó su brazo y mirando al cielo gritó:
    ¡SHIUESSBARANDOUN!!!
Un rayo atronó el espacio, una tormenta apareció de la nada, el cielo se puso negro, frente a ella desde un bosque de altos pinos apareció una manada de lobos que comenzaron a acercarse amenazantes. No lo pensó, dio media vuelta y corrió a la casa, en su loca carrera no notó los cambios, abrió la puerta de un empellón y la cerró tras de si.
    ¿Se puede saber donde has estado?— la increpó Sara desde el piso superior— ¿no esperarás que salga a buscarte?
    ¿Yo? La tormenta, los lobos…—balbuceó.
    ¡Abriste el portal!— gritó enfadada.
No alcanzaba a comprender que estaba pasando, él estaba sentado en uno de los sillones mientras la observaba, su mirada la aterró. En el piso superior fueron apareciendo de a uno los hijos que solo observaban, los comparó con los conejos…
De otro lado entró el hijo mayor, de tez más oscura que sus hermanos, mirada malévola y sonrisa cínica, comenzó a bajar lentamente los peldaños, llevaba algo metálico en su mano que golpeaba contra la palma de la otra.
    ¡No te atrevas!— le gritó el padre. El muchacho lo miró desafiante.
Sara bajó, pero sus pies no rozaron los peldaños, se acercó a la muchacha que pálida estaba paralizada.
    No debiste hacerlo— le dijo cuando estuvo a su lado— ahora es tarde, no debiste abrir el libro, terminarás como todas.
No articuló palabra, con ojos desorbitados miró a todos.
    ¡Llévala al sótano!— ordeno él. Sara asintió y tomándola del brazo la condujo al mismo.
Por primera vez traspuso esa puerta, era una mazmorra, con casi nada de luz, de los aros amurados en la pared colgaban cadenas con grilletes, Sara se volvió para detener al hijo que las seguía. Ella aprovechó para huir por la pequeña ventana que daba al exterior, con tranquilidad salieron a perseguirla por la puerta principal. Corrió desesperada sin rumbo fijo entre los espinos que desgarraban su ropa, al transponer la arboleda ante sus ojos apareció el mar.
Por detrás ellos se acercaban, continuó su huida hasta llegar al borde del barranco, debajo las aguas golpeaban con estrépito, a pesar de la altura no lo pensó, cerró los ojos y se arrojó. Antes de llegar al fondo un enorme pájaro negro la atrapó en pleno vuelo y la volvió a la casa. Sara y su esposo se acercaron, volteó hacia el pájaro pero no estaba, si el hijo mayor sonriendo. Tomó una vara del piso y lo golpeó con furia, este se tomó la oreja sangrante y se alejó a los saltos dando alaridos. Los hermanos asustados se fueron empequeñeciendo mientras huían hacia la espesura.
El señor colérico la apuntó con el dedo, mientras llamas brotaban a su alrededor, se sintió abrasada, y no pudo gritar.
…………………
Las nubes se disiparon, varios jóvenes que pasaban por el camino creyeron oír un grito, se acercaron al lugar, le llamó la atención sector que parecía haber sido habitado. Hoy solo era un refugio de conejos que huyeron al verlos, solo uno pequeño y muy blanco trató de acercarse. Pero uno grande y negro con una oreja mutilada lo obligó a unirse a ellos.

El grupo decidió investigar aquellas ruinas que el tiempo había cubierto de vegetación, les llamó la atención el cuaderno de tapas azules donde en la última hoja alguien había escrito:
Por favor, que alguien me ayude

3 comentarios:

  1. Hola Luis.
    Muy buen cuento.
    Me encantó.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias amiga, es un reto de MH WELLS, si bien no es lo mío lo intenté.

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