—Me parece que es un buen tipo —. Le comentó a su
amiga.
— ¿Porque lo dices? Sólo ha sido una charla—. Se
refería al chat. Donde lo había conocido
—No sabría decirlo, pero hay algo diferente. No se
si es su trato o lo que creo sentir, pero sin duda algo es—. Su voz sonaba
melancólica con los ojos entrecerrados como si quisiese vivir ese momento.
—Pero no lo conoces, no sabes como es—, replicó
Valeria— a lo mejor sólo finge y tú le crees.
Clara no la escuchaba, su mente divagaba entre las charlas nocturnas con el extraño que
de a poco se adueñaba de sus sueños, esperaba cada noche el saludo, las
palabras que la hacían sentir diferente. Nada en su vida fue como este momento,
alguien que viera en ella quien realmente era, que no le pida nada a cambio.
Este la aceptaba tal cual era, con sus miedos, sus tiempos, sus sueños.
¿Como explicar que había vuelto a sentir mariposas
en su estómago? Que le contaba a su almohada que soñaba despierta, ilusionada.
Olvidando los avatares que sufrió en otros tiempos cuando creyó en el amor, hoy
las esperanzas renacían sin importar la edad ni el momento. No se sentía sola
pues sabía que del otro lado de la pantalla la esperaba él. Lo imaginó, serio,
austero, la mirada tierna y firme. La mano cálida jugando con su cabello. Cerraba
los ojos y se arrebujaba en sus brazos y ya nada importaba. Era feliz.
— ¿Te sientes bien? — La pregunta de su amiga la
sacó del ensueño— te has quedado callada mirando la nada, sonriendo cual si
estuvieras besando a alguien…
Sintió arder su rostro al sentirse descubierta, solo
atinó a una sonrisa tonta y encogerse de hombros, dejó sobre la mesa lo que
tenía en sus manos y se refugió en el cuarto de baño. El espejo le devolvió la
imagen de una mujer madura, que a pesar del brillo en su mirada denostaba tristeza,
que con el paso de los años mantenía intacta su belleza. Es más la madurez
resaltaba aun más esta. No había engordado como sus amigas, que siempre se lo
echaban en cara. Fruto de los comentarios de sus respectivos maridos que no le
quitaban los ojos de encima.
Solía vestir ropa juvenil, ya que su físico se lo
permitía, ante la envidia de sus amigas.
Norberto fue un abogado de brillante porvenir, muy deseado por su porte y figura atlética. Varias veces la invitó sin éxito, Clara nunca subió a su deportivo, lo más que aceptó fue un café en un bar aledaño a tribunales. Le molestó la actitud de este al presentarla como trofeo antes sus amigos que elogiaban su conquista. Se sintió usada, ella no lo permitiría. Este continuó acosándola durante un tiempo hasta que cansado decidió abandonar. Siempre recuerda la tarde cuando pasó a su lado con la rubia platinada fruto de su última conquista, la miró con sorna tratando hacerla sentir inferior.
Norberto fue un abogado de brillante porvenir, muy deseado por su porte y figura atlética. Varias veces la invitó sin éxito, Clara nunca subió a su deportivo, lo más que aceptó fue un café en un bar aledaño a tribunales. Le molestó la actitud de este al presentarla como trofeo antes sus amigos que elogiaban su conquista. Se sintió usada, ella no lo permitiría. Este continuó acosándola durante un tiempo hasta que cansado decidió abandonar. Siempre recuerda la tarde cuando pasó a su lado con la rubia platinada fruto de su última conquista, la miró con sorna tratando hacerla sentir inferior.
Norberto ya era pasado cuando conoció a Pablo, divertido,
afable además de físico admirable, sus amigas lo aprobaron sin dudarlo.
La película fue de su agrado, al salir del cine las
tres amigas decidieron tomar algo en un
bar cercano, no fue premeditado, el destino así lo quiso.
Ella era joven y bonita, acunando una nena de no más de siete meses. A su lado dos varones, que no excedían lo 5 años se trenzaron en disputa por un juguete, el más chico al ver que no podía hacer nada frente a su hermano, llamó a los gritos a “papá”.
Pablo tomó a cada uno de un brazo y al levantar la vista quedó estático, Clara no dijo nada, solo lo miró, tomó su bolso y se dirigió a la puerta, sus amigas comprendieron, sin decir palabra la siguieron, los tres pocillos quedaron abandonados sin ser consumidos
.
Ella era joven y bonita, acunando una nena de no más de siete meses. A su lado dos varones, que no excedían lo 5 años se trenzaron en disputa por un juguete, el más chico al ver que no podía hacer nada frente a su hermano, llamó a los gritos a “papá”.
Pablo tomó a cada uno de un brazo y al levantar la vista quedó estático, Clara no dijo nada, solo lo miró, tomó su bolso y se dirigió a la puerta, sus amigas comprendieron, sin decir palabra la siguieron, los tres pocillos quedaron abandonados sin ser consumidos
.
La timidez la obligaba a guardar silencio, callaba
sin atinar a gritar eso que por dentro pugnaba por salir, Valeria siempre se lo
reprochó;
—Es tu vida Clara, nadie lo hará por ti, ya tienes
46 años, ¿Qué esperas? El príncipe azul no existe, sólo hombres— al hablar
Valeria mostraba su molestia, Hernán pasó por su vida sin dejar nada. Hoy ella
es quien maneja cualquier situación respecto a sus parejas, no volvería a
permitir un engaño, mas aún teniendo solvencia económica, no necesitaba un tipo
que la mantenga.
Valeria con una leve sonrisa, puso la mano sobre el
hombro de su amiga mientras comentaba:
—Ay Clarita, Clarita, no debes ilusionarte, los
hombres son todos iguales solo buscan eso en nosotras y después si te he visto
no me acuerdo— Clara quiso acotar algo pero se llamó a silencio mientras su
amiga continuaba diciendo— Este chico… no me has dicho cual es su nombre.
—No— su voz sonó grave siendo casi un suspiro— no lo
dije, tampoco que es menor que yo.
— ¿Menor? ¿Cuántos años menor?— desorbitados los
ojos de Valeria cual si la confesión hubiera sido tan tremenda, para ella el
candidato debería ser siempre mayor, una situación económica respetable y por
sobre todo “libre”.
— ¡Por favor! Sólo son dos años, el tiene 44.
Valeria sacudió la cabeza tratando de restar
importancia pero su mente elucubraba tratando de sopesar al candidato.
— ¿Y ya sabes de que se ocupa? Imagino que trabaja…
—Es contador, maneja las finanzas de un sanatorio de
los más importantes— puso énfasis al decirlo mirando a su amiga casi como un
desafío— ¿contenta?
— ¡Ah! Si es así es diferente. ¿Y cuando lo vas a
conocer?—la expresión de Valeria había cambiado, casi imperceptiblemente se
mordía el labio inferior.
—Esta noche, olvidé comentarte que me invitó a
cenar—no pudo evitar esa sonrisa de triunfo al responderle a su amiga.
Valeria no respondió, solo un gesto leve de
asentimiento moviendo los hombros en una vaga señal de envidia.
Caminaba despacio tratando de contener sus nervios,
el bar quedaba a la vuelta de la esquina. Había pasado la tarde tratando de
elegir el vestuario para la ocasión, no quería que él viera en ella a una
buscona ni una mujer aburrida para la cual los años dejaron huellas. Trató de
sonreír, se detuvo pensando en dar media vuelta sobre sus pasos, se dio cuenta
que estaba asustada. Pensó: ¿Qué puedo perder? Y continuó su camino.
Traspuso la puerta mientras sus ojos buscaban en el
interior, pocos parroquianos. En una mesa dos señoras mayores, un par de hombres de negocios y una
pareja.
Si saber que hacer volvió sobre sus pasos, pero
escucho su nombre:
— ¡Clara!
Al voltear lo vio, sonreía con sus brazos abiertos,
era alto, atlético y buen mozo pero…
¿Quien era esa mujer a su lado? Compartían la mesa
en una charla cordial, y ella parada allí junto a la puerta no sabiendo que
hacer.
Se acercó a su lado, se lo veía feliz, la tomó de la
mano y la besó en la mejilla mientras ella no atinaba a nada. Quien lo
acompañaba en la mesa se acercó y tras un beso se presentó.
—Hola, soy Susana, hermana de Juan Carlos, qué gusto
conocerte, este loco insistió qué venga.
Susana era un poco más baja que su hermano, muy
sobria al vestir cabello corto mirada firme. La invitaron a sentarse tras las
presentaciones.
—Temía que no vinieras—, comentó señalando a su
hermana—ella me aseguró que lo harías, perdona mis nervios—. No soltaba su mano
mientras sus miradas permanecían firmes.
Un carraspeo los sacó de la ensoñación, Susana
sonreía feliz al ver la expresión de su hermano que encogiéndose de hombros
cual adolescente se quedó sin palabras.
—Chicos, los dejo, he de continuar con lo mío, me
encanta verlos felices y a vos Clara te agradezco que hagas feliz a mi hermano.
Se que seremos grandes amigas—. Tras lo cual besó a ambos y se marchó.
—Señora, ¿me da una moneda?— el chiquillo pasó su
manga por la cara limpiado su nariz mientras dejaba una tarjeta impresa sobre
la mesa, Juan Carlos deslizó un billete en su mano y el chico se retiró tras
mirarla y decirle— Usted es muy bonita señora…
Sintió que su rostro ardía, mientras él sonriendo asentía.
Cerró lo ojos pensando “esto es un sueño”.
—¡Mamá, llego tarde al colegio!— gritó la niña desde
la puerta sacándola de su ensueño.
Volvió a depositar aquella tarjeta junto al retrato
en que posaba junto a Juan Carlos vestida de níveo traje nupcial y salió
presurosa con su hija al colegio.
Como mudo testigo quedó aquella tarjeta donde rezaba:
“Hoy su vida cambiará para siempre”.
“Hoy su vida cambiará para siempre”.
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