El escáner buscó infructuosamente dentro del cerebro
alguna neurona sana o un vestigio de actividad. Mientras el escritor permanecía
recostado dentro del mismo.
En su rostro una sonrisa estúpida y la mirada
perdida en el más allá, pergeñando esta
historia.
El facultativo no llegaba a comprender que ocurría, quizás fuera una
falla del equipo, por lo qué lo detuvo para poder constatar; nada encontró tras
el examen. Con una sonrisa respondió el paciente al pedido de qué se mantuviera
quieto por unos momentos más.
Ante la duda llamó a un colega con quién deliberó largo
rato llegando ambos a un diagnóstico compartido.
El escritor en tanto viviendo su fantasía vio con
agrado la ceremonia y el dolor de sus deudos.
La historia concluía con el punto final.
Se sintió feliz, era su mejor obra…