Convivo con Lucy desde que me la regalaron como
cachorrita, han pasado muchos años, es una ovejera fiel y cariñosa pero jamás
tuvo cria.
Luís además de vecino es carnicero cuando el tiempo
lo permite los diálogos son momentos de jolgorio en su local, por la mañana con
el apuro del trabajo suelo pasar y dejo encargado los huesos con carne para mi
perra. Por la noche ya a punto de cerrar suelo retirarlos y en reiteradas ocasión
dejamos el pago para el día siguiente, Luis jamás me falla.
Conocí a esta señora en una reunión en casa de
amigos, congeniamos de inmediato, así nació una interesante atracción. Recuerdo
cuando pregunté su nombre, me dijo “Lucy”. Igual que mi perra pensé, suerte que
no lo dije.
Tras varias salidas dado que al parecer nos habituamos
uno al otro convinimos en reunirnos y compartir un asado en su casa. Me comprometí
en llevar buena carne, eso la entusiasmó y prometió que ella me premiaría con “el
postre”.
La casa estaba apartada del resto, eso daba cierta
privacidad. Era una noche cálida y serena. La solera con que me esperaba
resaltaba la blancura de su piel, el generoso escote daba vuelo a mi
imaginación. Quiso encender el fuego pero no se lo permití, mi orgullo de
asador estaba en juego.
Salí apurado esa mañana, a pesar de los pocos
instantes que tenía le comenté a Luís que esa noche quería agasajar a Lucy, por
lo que pretendía que me eligiera lo mejor, pasé a buscar el paquete ya tarde en
la noche, Luís estaba apurado, me lo entregó y se marchó de inmediato. —Después arreglamos — me dijo. Le agradecí y
partí raudo a casa de Lucy.
Llegué puntual, en su mirada noté al saludarme
mientras le entregaba el paquete que se esmeró con “el postre”, y que ansiaba
ese momento. Sus ojos eran llamaradas.
Me sirvió una copa antes de salir a encender el
fuego, en lugar de fósforos me dio un beso que chisporroteaba en la leña mientras
lo preparaba. Ella se ofreció a salar la carne, asentí y continué en lo mío.
Llamó mi atención la manera abrupta de abrir la
puerta y salir al patio, vi su cara de enojo pero no pude pensar nada, una
lluvia de huesos impacto en mi rostro seguido de los improperios que jamás
imaginé que fueran su léxico. Al parecer Luís no me entendió.
Al llegar a casa mi perra Lucy sin prestar atención
a mi rostro lastimado le hizo honor a la cantidad de huesos con carne que Luís
diligente había preparado, le había quitado la grasa y cortado de manera
magistral.
Me fui a la cama imaginando como abría sido el postre…
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